jueves, 14 de noviembre de 2013


Me tiro a la escritura de fondo? Yo velocista? Quién va a aguantar un artículo de 180 páginas?
Los lectores son cuadrípedos confundidos que van a beber libros sin saber qué sabor ni materia han comprado. Sólo la marca, de algún autor, les orienta a veces.
Ponerle encabezados a un escrito es descabalgarlo del status posible de novela, cancelarle su mejor ruta comercial, a cambio de hacerle la putada al lector proponiéndole la caminata del tirón, en un texto de naturaleza totalmente discontinua. Un texto articulado, no corrido ni extensible, más bien a desgranar, técnico, musculado, velocista de relevos. Dejar al lector esprintar sin fondo hasta la página 76 es un suicidio de la prosa.
Una novela admite alguna liturgia, como la de los capítulos. Mi libelo ha de estar por encima de las 170 páginas, pues es ya un buen peso para ponerle faja y portada. Le puedo colocar una obertura tipo carta, un proemio camuflado, así como un epílogo, escatimándole diez páginas. Después el texto puede tener 4 capítulos como cuatro primaveras, a cuarenta páginas el lechal. Un artículo de cuarenta páginas me sigue pareciendo cíclope. Entonces es cuando intercalamos sí o sí, las cartitas, los testimonios del niño, 4 ó 5, a lo sumo 6, para tocar el otro lado de la piscina del capítulo. Las lonchas de texto ya las tengo bastante preparadas, son de buen ganadero, bien cocinadas.
Y así la gracieta del libro, la adaptación al formato comercial de este país. Oh, un niño que habla, muy lúcido. Cuatro capítulos con sus barreritas y zonas de descanso en la autopista. Una selva de palabras adecentada, parqueada, con bancos. Una estructura, una prótesis que reste a la maraña natural de palabras su libertad, en pos de los prejuicios sobre un autor desconocido y raro. Umbral en Mortal y Rosa, juntó los artículos dispersos de varias temporadas, hilados con un sedal intermitente y rompedizo paralelo a la convalescencia de su hijo, y los desarticuló en un libro confusional, fragmentado y movedizo.

Los pájaros siguen piando. Continúan su existencia concertista, de árbol y orquesta, mientras a los demás nos alterna una lepra en el alma. De las ramas emana un vivaldi biológico, colgado como una navidad crónica, y es una realidad que cae extranjera a la tristeza lisa y dormida que paseamos. Una congoja que nos empeora los órganos sibilinamente, que nos mata centésimas de vida. Queda el autoengaño, la sugestión, quitarse una careta de la careta y poner otra careta, hasta dar con la de Paulo Coelho cocinando raíces en portugués. 
Mi perro me hace un baile histérico y polar de sprints, frente al ñordo que le acabo de descubrir degustando. Es su danza de obediencia y rebeldía, su exhibición (extraversión) de la contractura psíquica entre fruición y respeto a la obligación - igual de salubre que arbitraria para su juicio.
Constato ya una fortaleza disminuida en mí esta mañana, aka debilidad-fragilidad, porque nuestro estado de ánimo es el motor y con él nos derrumbamos en bloque. La animosidad existe antes de nosotros. 

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