martes, 27 de agosto de 2013

Peat, patchwork and pipe


Donde no lo anuncia el mapa, ni las guías lo pregonan, el paisaje se revela como un acontecimiento, montañas y laderas de patchwork oscuro, gigantescas manualidades sin manos ciclopeas que las hayan hecho. Pero están ahí, flamantes, anónimas, casi irreales. Se nos presentan a lado y lado de la carretera de Tomintoul a Pitlochry, con trozos a quince cambios de rasante por milla.
El mismo tramo que muestra centenares de animales atropellados, liebres y perdices sobre todo, un no parar a cada kilómetro que avanzamos.

No sé por qué amo las turberas. Me encantan ver esos verdes campos carboneros, pesadísimos, patatales de humedad, como con pústulas de tierra, negruzcos y combustibles. Esas boñigas geológicas que extraen a lingotes de fango, como petróleo prematuro, son la turba, the peat, que luego insufla a los mejores single malts del mundo, sirve de combustible, tiñe el agua de castaño, y ambienta como un emblema el olor del país. 
Porque esta tierra es inhóspita y pronto los lagos están neblinosos como hirviendo de frío, en un efecto invertido. El clima extremo luego, alberga el sonido herido, solemne, triste y militar de la gaita.

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