miércoles, 21 de agosto de 2013

Epílogo veraniego


Agosto, es el mes copa del año, donde va a detenerse el clima aupado. La piel hace de constatación y notaría. El verano ya es mera repostería de los cuerpos, un monopolio de sol, donde la carne como un bombón se broncea, se lustra, y se hidrata. Los campos ya están escritos, las cucurbitáceas son el epílogo del año campesino. El ciclo se acaba con los frutos de mayor calado: calabazas, melonares, sandías, cubren los dos meses finales hasta un nuevo curso, un nuevo otoño.

El sol ya ha masacrado arbustos, sólo aguantan las plantas optimistas que balancean su sequedad. Lorenzo deja en las laderas un color comido, ratón, la tierra como piel de hiena. Las esplanadas de pinaza son éxclaves del verano, umbráculos, sedes domingueras, cuevas de la primavera, casi inmutables, salvo que crujen y huelen más.

Las paniculatas silvestres tomaron los campos en este año lluvioso. Ahora, sus flores umbelíferas, paraguas abiertos hace nada, se van cerrando como puños. No sé si son los interruptores alegóricos de este verano. Si al pasar todas de flor a garfio, retienen en su cerrarse dramático al verano y hacen que termine yéndose en sus puños tensos. Si en cada flor, está un agujero negro del verano desvaneciéndose.

Las frases de toda esta crónica de climas, miden lo mismo, son de tiro corto, suspendido, entrecomadas, propias de un cazador de paisajes. Hay un mismo ritmo pausado y consecutivo, paseante. Se enumera y las palabras hacen un poco de claqué, aparece el siguiente paso sereno, como una procesión itinerante con la mera pasión puesta hace treinta siglos por un dios en la naturaleza. Soy un presentador caminante de un bosque herido por el tiempo, de este show cotidiano y despoblado, que me sale lánguido y quedo por la boca.

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