viernes, 22 de marzo de 2013

Sobre el lamento (regeneración vs. amputación)


Ante la adversidad, uno puede lamentarse o callarse. Digamos que son las dos reacciones clásicas a las dificultades más o menos trágicas. Un polo llorón, cascarrabias, quejumbroso, y otro extremo que opta por cero verbalización, hacer nula extensión de lo explícito de la desgracia.

Y si nos fijamos en nuestra conducta, es probable que tengamos dos tipos de respuesta - quejica o estoica - según la magnitud de la tragedia. Se suele dar en personas perfeccionistas un lamento común por cosas pequeñas, fallos sin importancia trascendente, fustigaciones de la exigencia, son personas de compleja satisfacción. En cambio, cuando lo desafortunado se ceba, y el descalabro irrumpe estrepitosamente, ese espíritu de hormiga constructiva de toda la vida, entiende que lamentarse sólo retrasa y agranda la destrucción, y se vuelca en volver a montar grano a grano ese hormiguero masacrado. No hay espacio para el consuelo, se da un resorte robótico y eficaz de criatura determinada. Hay regeneración.

Otros caracteres son más plañideros. Ante las simas rompen a llorar y levantan otro muro de las lamentaciones. Se desahogan pintando lo tenebroso de la situación, mapeando la tragedia, y perfilando algo exageradamente los obstáculos. Buscan la muleta social, porque derrumbarse provoca el apoyo de los otros automáticamente, aunque no se llegue a los extremos de una viuda que apenas se sostiene en pie en un funeral - imagen de la fractura del alma.
Ir de luto en un problema gordo, es aceptar la amputación. Si ante una adversidad que pone en duda tu victoria sobre ella dada su complejidad, eres tú el que duda y no la objetividad, de ese empate se pasa enseguida a la derrota.
Vomitar la situación, quejarse al árbitro del destino, plañir, hundirse, lamentarse en definitiva, son los síntomas de autoprotección que certifican la derrota. Tenemos todos mecanismos de defensa bien desplegados, para clamar luego las injusticias cósmicas que se ceban con nosotros, basta construir la teoría de nuestra vida que justifica nuestras limitaciones. Eso sí, la mediocridad está llena de llorones. Aceptar el consuelo, lamentarse, te implanta e injerta en la nueva situación desfavorecida, sin darte cuenta. Ya lo has digerido, ya lo has aceptado, ya has perdido.

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