lunes, 11 de marzo de 2013

Paco Montesdeoca


Lunes ocho de la mañana. Reanudo mi profesión de narrador del clima, meteorólogo a posteriori, comentarista atmosférico. El tiempo nos coarta, como la emboscada mundo gris de la semana pasada. La legislatura del invierno expira. En los atardeceres de febrero el frío ya dudaba y se colaba una luz caramelosa, ámbar del calor contenido a lo lejos. En los primeros días de marzo las tardes eran blandas. Ahora los pájaros reciben tímidamente a la primaveran, sus gorjeos parecen frenarse buscando confirmaciones, es su canción interrogante de marzo.
Son los últimos días de la exposición para ver los cuadros lesivos del frío en la naturaleza. Ya se ha dado el pistoletazo del tiempo de mangas de camisa, clausurando el período chaquetero. Sentimos la suavidad atmosférica del que le han cambiado las sábanas del clima, agradables y nuevas hasta que no se noten por el uso. El mar está de vuelta, solventadas sus corrientes nórdicas y su aspecto de bestia fiera, vuelve a ser un mar peinado.
La naturaleza se despierta como una marabunta de seres vivos. Cientos de miles de huevos de insectos, anónimos del invierno, cobran realidad día tras día y aparece la infantería articulada de la naturaleza. Estamos a poco de que la sangre se altere, que la producción de melatonina se reajuste, cambiándonos la conducta unos días. Estaremos extraños. Seremos menos oseznos y más gacelas, antes de ser lagartos y lagartas de verano.

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