jueves, 14 de marzo de 2013

Anatomía de una habitación I


A las habitaciones, una luz tamizada parece paralizarlas, detenerles el tiempo.
Silenciosamente, me cuelo en la mía, mi habitáculo de la infancia hasta los 30 años, y la recorro con la mirada.
Cuantas capas ha tenido esta habitación. Papel de pared del pueblo de los pitufos, suelo enmoquetado con un campo de fútbol hecho con cinta de embalar. Son las capas de realidad esfumada que la memoria proyecta en tantas partes de la ciudad, porque todos vemos una película emocional dentro diferente a las cosas.

El armario rojo de madera laminada sí que es un cuarentón, bien podría escribirse mi biografía. Es el único que ha resistido la obsolescencia decorativa. En sus cajones zapateros hay un friso de pegatinas ochenteras aún legibles. Son 13 cromos panini del mundial 86, con un Platini de pelo lacio, los equipos de Escocia, Canadá e Iraq, una foto de la ciudad de Puebla.
Eloy Olaya marró un penal luego.

La luz ha quemado y decolorado una de sus puertas, la otra sigue morena. Una puesta de sol enmarcada, también se ha velado y ahora pasaría como una ilustración de un libro de religión de los ochenta, que nos pintaba lo celestial como una naturaleza pastel y decolorada, lo máximo que daban las imprentas, los presupuestos, y la imaginación piadosa de la época. La luz, es ese inocente y aplaudido fenómeno ceremonioso, que se carga los colores sibilinamente como causa melanomas. Aún no hemos criminalizado a la luz, todo se andará.

Cuando anochecía, en esta alcoba la luz siempre la han dado un par de florescentes, tartamudos en muchas ocasiones.
Aquí hubo dos camas, una que salía como una pasarela levadiza de la pared. Y se me daba la mano, aquella presencia física necesitada de un cachorro, ante la nave cósmica y metafísica que suscitaba la oscuridad. Aquí ha soñado demás gente, materia espiritual de la que sólo queda un rumorcillo en cuarto plano.

Las camas nunca supieron encontrar su lugar en esta habitación. Hasta cinco ensayos históricos puedo recordar. Uno de los mayores errores de mis padres fue situar un lecho pegado a la ventana. Una ventana que perdía, que siempre se le colaba aire. Fui un niño abonado al resfriado y a la tos de perro. Hoy en día soy un experto domador de costipados y corrientes de aire, me zafo de todas aleccionado. La cama, traumática, buscó lugar después siempre dudando.
(continuará)

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