sábado, 2 de marzo de 2013

La marginación religiosa de las Humanidades


Recuerdo el trato secundario y anecdótico que se daba a las Letras en el colegio religioso al que fui, frente a la tierra prometida de las Ciencias. Se colocaba de profesor de Literatura a algún buenazo religioso desubicado, a algún civil que hacía de comodín malo dando cualquier materia. Total eran Letras, parecía que hasta los alumnos teníamos que percibir la mala calidad del hemisferio humanístico a escoger, no fuera a ser que cayéramos en esas trivialidades que parafrasean lo que la religión ya suelta cátedra. Un chiste propagado varias generaciones era el "eres tonto o eres de ciencias" o "si vales vales, y si no Letras".

Y así no vale. Hay trampa. No sólo se preocupaban en que los dogmas quedasen bien impresos en nuestra conciencia, coartando nuestra vida íntima y succionando nuestra libertad, en ese "siglo XX de los zombis religiosos". También querían escoger por nosotros, hacer la pinza completa a nuestras vidas, ser latifundistas de cada alma. Un poco aliados con el patrón, con el que paga, una vara oculta nos dirigía como ovejas dóciles al cercado del progreso técnico. El arte era molesto por profano, porque osaba celebrarse a veces sin la cara de Dios, y no se podía correr ese riesgo. La inseguridad y la neurosis del carbonero.

Así que había una política general, heredada y renovable, en marginar a las Letras porque revolucionan el espíritu. Las ciencias lo hacen más señores sectarios, pero torpemente no se las identificaba como peligro de herejía por esa mediatez que traen, falta de literalidad, esa careta de ecuaciones y microscopios que suponen otros idiomas ajenos al de la liturgia. Aparte de que los profesores, hasta el de plástica, eran cribados según su fe como civiles.
La literatura podía pecar con alevosía, al primer renglón, era una disciplina libre y directa, se podía dar cuenta a la mínima de las correas llagadas del feligrés, podía bloquear ese masoquismo desencadenado.
Así que dos cerrojos en los calabozos, el de lo bobo y el de lo inútil, harían presas a las Letras en las cavernas, y así existiría sólo un hemisferio con porvenir en ese monopolio de las humanidades que es la teología.
También participaba lo amarrategui de la Iglesia, ese conservadurismo rancio que iba a lo seguro y cerrado, aconsejando el mundo laboral de las ciencias como una abuela que cree que su nieto es impedido. Ese cultivar el espíritu, de abuela y de pueblo, de hacer chicos sanotes que hacen mucho deporte, y en el que alguien podría apuntar venas homosexuales de motivación inconsciente. Prefiero seguir pensando en aquello de la formación polifacética y la metáfora deportiva como educación, no seremos tan rompedores.

El lado bueno es que aquí estamos, algo cojos y neuróticos, pero otros. Con todo el cariño de aquellas gentes de bien, que estaban más perdidas que nosotros pese a que creían que la verdad respondía a sus botones y mandos. Nunca pasarán por un tribunal de conciencia a causa de todo ese armatoste de prótesis psicológicas que cargan, ni nadie les denunciará por maltratar la verdad. Pero irónicamente, desde las Letras, desde la libertad, esa denuncia cívica si es posible y sí erosiona la conciencia ortopédica con sólo acabar de leer estos renglones.

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