viernes, 22 de marzo de 2013

Kobero y yo


La constatación del clima no es más que un relato particular de una zona temperada suave, que discrepa y no identifica a los fenómenos atmosféricos de otras latitudes. Exactamente igual que todos los fenómenos sociales, íntimos o políticos, que vive el escaso radio de un escritor. Completamente similar a lo que viene haciendo la poesía a lo largo de los siglos, intentar universalizar los cotos privados del poeta.

Es un tratado de las cuatro transiciones, lo que realmente importa a las cuencas de nuestros ojos sobre el río del paisaje: la eclosión primaveral, el sumidero invernal, el apagamiento otoñal, y la celebración veraniega. Heráclito, aunque vertiginoso, tenía razón. Fue el primer ideólogo de izquierdas.

Se ha roto una cañería, que perfuma de hez todo el bosque. Un contraolor a cadáver irrumpe en mi paseo con el perro. Sigo el hedor y veo en la cuneta del sendero un gato muerto, tal vez enfermo y anegado por las lluvias. A Kobe la muerte le enlentece, la olió seguro antes que yo, y pasa como en un desfile de luto, cauto, sin detenerse, apercibido de la descomposición animal, de la destrucción de su carne metafórica. El perfume de la muerte le produce un hondo respeto. Pasado el olor, reanuda su marcha de jovenzuelo trotador.

Kobe empieza a comportarse como un perro andaluz. Es un ser anda-luz cuando el invierno termina y busca el sol para estirarse y bañarse en sus rayos. Allí yace en la mañana hasta que se cansa y pasa dentro de la casa.
Hacemos de un perro fiero maduro, un peluche. La vida de un perro adulto sin cautividad seguro que distaría mucho de las monerías y carantoñas que les dedicamos. Cómo seria la vida amazona y silvestre de Kobe.
Nos compenetramos más. Nos hemos adaptado. Casi cinco años de convivencia y ya nos conocemos. Lo miro roer un hueso de churrasco, aburrirse luego esperando el paseo, ... y comprendo que nadie aspira de verdad a ser inmortal. Pensamiento críptico que poco a poco se desarrollará y dejará de parecer sólo un título.
Mientras escribo cada mañana recién levantado en el sofá, es un clásico que él esté entrometido bajo mis piernas y la manta, en su madriguera corporal.
Y nuestros abuelos llamaban de usted a los padres, y nosotros tratamos de tú a nuestro perro. Voy a por el té.

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