jueves, 14 de febrero de 2013

Perrología


Tendría que escribir un libro que se llamara "Perros". Afontar una ventura lírica y destilar una caracteriología perruna. En ellos duerme la vida, en cada alfombra de cada casa mientras el mundo labura.
Si no puedo rodearme de quince seres perrunos, al menos poder entrevistar a un centenar y leer alguna biografía de gran hombre, con su húmedo y frío hocico detrás.
A veces se sedimentan tus pasiones por eliminación. Ya que lo humano me parece un bulo, una mentira, me quedo con los perros, que están a mano y no nos camelan. Prefiero el mordisco rabioso de un perro al barroquismo truculento y elaborado de la agresión humana, siempre con dos o tres máscaras.

Hay perros muy fundidos, que se te disuelven al verte, perros licuados de un cariño cualquier, sin personalidad ninguna, perros churreros. En contraposición, está el perro mirada lánguida y pose más madura que un profeta. Los perros que cautivan tocados por una serenidad de buda peludo, de justos movimientos, mirada más que humana, con una leve tristeza perpetua, que cuando se vuelve cariño parece el reconocimiento de un enamorado. Son los perros sobriedad o los perros carismáticos.

También está el perro agonías. Aquel que parece dopado con speed o anfetaminas, y es una especie de cabra corpulenta espitada que salta y se te tira como rutina de vida. No hay seguro de hogar que cubra el perro desperfectos.
Y por último, nombraré al perro pancho, al que no ha venido al mundo a dar un palo al agua. El perro que nació cansado. Amable, alegre, correcto, pero más vago y comodón que un erasmus en verano. Que hasta comen con desgana y beben mordiendo el agua. Los perros becados.

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