jueves, 7 de febrero de 2013

El miedo atávico a la masa da una masa [lo fatuo en lo humano]


El meritar. En toda formación o instrucción, hay una parte que es ingerir conocimiento, a veces mantecoso, un pasar etapas de un proceso como quien acumula kilómetros, superar exámenes, hacer trabajos, sellar las páginas de una asignatura. Escasa magia trascendental en los contenidos, pero una montañita arenosa de conocimiento, que juntando la docena te dan un título, te meritan, te llevan al portalón medieval del sueldo contante y sonante, y ahora sólo falta desplegar todo el arte silvestre del escaqueo, para pasar por el callejón trasero de la existencia -el de los listos- sin pena, ni gloria, y disfrutar de la comedia de la vida.
Es un programa educativo digno y prescribible, más para los espíritus que no les apetece las cumbres y las simas, el trajín y desgaste de los máximos y mínimos. Carril.

Y si todos fuéramos una marea japonesa, no espoleada por mitos, épica, y lo ejemplar? Sin un gigantesco dedo índice acusador denostando la bajeza, la mediocridad expuesta, o la regularidad? Y si los extremos fueran tabúes, desplazando otros tabúes comulgados? Qué pasaría si por un criterio de salud, se ensalzase la medianía, el equilibrio, la polivalencia, el no destacar, la versatilidad? Qué precio mediático tiene la gloria, en qué cuenta de ahorros uno se pone a especializar su vida, barroquizar una rama, y se sustenta y succiona de ella en un desequilibrio flagrante y fundamental a la vez?

Los occidentales queremos tanto tener un nombre y apellidos, ser alguien, que si nos parecemos a los semejantes nos asustamos, nos confundimos, nos colapsamos. De niños las identidades se trocan como los cromos, a veces somos el vecino, otras somos varios en un mismo día. Funcionamos en alma común. Después nos volvemos capitalistas, nuestra psicología es capitalista.

Ya no pertenecemos a la banda de una calle, incestuosa de identidades. Nos parcelamos, y lo parcelamos todo, iniciamos una singladura a la parcialidad, en un renuncio a la totalidad panteísta. Afilamos una ocupación, y nos crece un brazo gigante frente al otro menguante. Un hemisferio cerebral se hipertrofia y el otro le despide abrumado. Nuestros ojos se vuelven partidarios, visores intermitentes, y se van cerrando en una vigilia REM anárquica y de abogado defensor.

Paseamos la madurez como monstruos especialistas y descompensados. Es una deriva del equilibrio, de la versatilidad, de la criatura multidimensional. Mientras construimos catedrales y chamizos, cavamos raíles de trenes supersónicos y fosas comunes al mismo tiempo. Nos graduamos del maniqueísmo en vigésimo curso, y continuamos apostando por una trama de máximos y mínimos, de picos y valles, de catedráticos y ninis, por una política de ruta en fin, emocionada, humanista, dignificante y a la postre flipada.

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