lunes, 18 de febrero de 2013

Emanaciones de verdad


Llevamos huéspedes alojados en nuestra inteligencia, convidados dormidos que una noche llaman a la puerta y piden asilo protagonista. A Ricardo Arjona, el compositor barroco, en el vientre de América lo adopté en su día, y por Europa a veces volvía a mi cabeza a tomarse un café y saludar. Que es dejar su imprenta intensa, arrojada y su romanticismo cerebral.
Esta noche sin embargo, sobrevino de repente en mi cabeza, como una hoguera de intensidad en el presente, y parece que ha venido con petate para quedarse unos días. - Profundízame, murmulla lo "arjoniano" en mí. - Me descubriste, hará más de cinco años; - pasa al capítulo 2, que soy lo suficientemente extenso como para durar una trilogía. - Sólo pretendo ser radio, hacerte de banda sonora, de sofá acústico, soy un mero envolvente, un acompañamiento y una atmósfera -. Todo eso me dice el tío.

Porque la música es un fluido corporal más, una mucosidad emocional que siempre está en su segundo plano. La música siempre nos suena y sobreviene a la cabeza desde un segundo piso nuestro, con balcón a la realidad. A veces surje como un erupto energético, música eléctrica que ejerce de batería a lo que nos pasa. En esta línea debo confesar, que tuve eruptos musicales [de pensamiento] hace unos meses con el estribillo "Quí-ta-te-el-top" de Paquírrin, y esta almorrana ideativa salía de mi organismo, no era ningún implante, era una excreción, un mojón mental que salía de mis adentros. A veces cago mierda imaginativa, hay que intentar entonces que no huela.

Todos tenemos momentos de clase de aerobic espontáneos, sin haber pisado nunca una de esas sectas. Nos venimos arriba y se nos escapa un pedete bisbalero y musical. Otras veces se produce todo lo contrario, la epifanía musical. La canción no nos viene de las vísceras buscando agitación coctelera, sino que desde esa balconada que es la música en nosotros, el cerebro musical percibe con total lucidez el panorama de nuestra vida, y como un jukebox neuronal nos pone una canción consonante, definitoria y reveladora, de ese momento complejo que estamos viviendo. Con una letra de canción clavada, o hasta adelantándose un poco a los acontecimientos. Como si el puzzle de la realidad vivida constase de suficientes piezas para nuestro tocadiscos interno, y así completase espontáneamente con acierto lo todavía no nombrado mediante una canción.
Un suceso muy tangencial a la magia. Porque se tienen dos procesadores cerebrales y en ese momento aparece uno con el que no contábamos. Surje desde los mares de la inconsciencia, por la rendija musical, esa inteligencia lúcida y ominosa, que resuelve por mero acto tocadiscos, sin pensamiento ni análisis de por medio... sólo por emanación de verdad.

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