miércoles, 20 de febrero de 2013

El cristianismo visto como empresa multinacional


Conozco un vagamundo que a veces me cruzo, que especula con el sentido económico de la religión. Sostiene, que el ánimo inconsciente de toda cultura religiosa persigue el cumplimiento de una verdad económica. La religión no sería más que una ancha teoría para que el inconsciente colectivo consiga su objetivo: ahorrar, que es al fin y al cabo lo que permite una supervivencia a largo plazo. Si no han caído en ello, el principal gasto económico y energético de una vida es la descendencia, y la descendencia aumenta probabilidades con el folgorio. Si convertimos en pecaminoso el folgorio, estrecharemos el grifo de la descendencia, la dosificaremos, y nuestra economía prosperará más que con otros planteamientos.

Le contesto a mi amigo especulador y algo freudiano, que como interpretación a posteriori de la cosa, tiene su sentido aunque dudo que realmente se buscase ese objetivo voluntad mediante. Me responde que era inconsciente, yo le digo que entonces era ciego, y acabamos acordando que son como unos vientos metereológicos de la especie que acaecen, y que el inconsciente colectivo poco tiene que ver con una vida concreta y mucho con un concepto aplicado a posteriori.

Eso de legislar y dominar la vida de los otros, propio de la religión, produce más que nada un sentimiento de fortaleza por un lado, y vasallaje por el otro. La idea romántica de donación, el mortal generoso, es un rasgo que se tiene o no, es como el color de los ojos, no hace falta ninguna religión o sabiduría que fuerce a los necesitados de autoestima a su conversión generosa. La vida llueve o nieva suertes y destino, la vida llega y dota de año en año, y a algunos araña y a otros regodea. Somos seres-consecuencia, obramos según se nos da, según nos sobra, o nos agrieta la sed. La maldad o la bondad son saldos y consecuencias.
A toda religión la descapulla una sabiduría relativista, mucho más compleja y menos emocional y primeriza.

El ennegrecimiento del fornicio, es un ingenuo engalanamiento de un yo medieval, que si está duchado, limpio, y con polainas, huele a más regio, blanco y celestial. Es más puro y mejor, más veraz.
Cierto es que sexo y economía son dos expresos que chocan frontalmente en la prehistoria anticonceptiva. Instinto y planificación en batalla existencial. Pero la historia cristiana no destila un noble ánimo de planificación familiar, se mueve en disyuntivas absolutistas, el sexo es monstruoso y se debe castigar. Es la dramática y sanguinaria lucha del bien y el mal, histérica y violenta.
Nuestras tribus primitivas del medievo, que aún pululan en peligro de extinción, administraron no otra cosa que la Verdad en la tierra (occidental). Hoy en día, menos mal que la verdad está rota, y cuesta apoderarse de un código que hechice todas las mentes, mucho menos miedosas que han visto el desarrollo de la ciencia y no justas medievales y carricoches.
Para el sacerdocio de la verdad antigua, hacía falta la suma de cierta inteligencia, oratoria y un ánimo de dominación. Eran pastores de psiques más blandas y se conchababan con el poder económico si hacía falta. Intentaron quemar en la hoguera a la ciencia por un problema de monopolio.
Consiguieron su hegemonía a partir de un casual mito hebreo, no de una manera sermonista, a base de publicaciones de sus opiniones esperando un poder de convicción refinado y arrollador. Así no se convierte a una masa, y menos durante siglos.
Generaron unas rutinas, un corpus de ejercicios [recuerden, para aprender un idioma, un código, se deben alternar muchos ejercicios], que implicasen día a día a los seguidores, y para conseguirlo todo estaba atado en una enorme bóveda de reglas estrictas. El cristianismo es legislación, una gran cascada legislativa que proporciona un esqueleto tangible al movimiento. La impronta de la culpa en el cerebro humano, en una aleación con el castigo y el miedo, servía de herida psíquica para atar al feligrés con la causa cotidiana. Es una fiscalización para la vida personal, se establece un organismo regulador de las rutinas y los instintos. A partir de ese momento, con ministros, gobernadores y concejales locales de la fe, se tiene dominado al mundo, por otro lado fácil de dominar, pastorear y cercar. Para adherirse, entregar la vida, sólo requieren un carbonero, campesino, ganadero, o monacal... salto de fe. Nada elaborado o sofisticado, un golpe "glorioso" de voluntad, cual la mula lanza un zapatazo enérgico hacia atrás, es una mera cuestión épica al vacío, vida eterna mediante en palabrería mágica, aunque te abrases el corazón o te anules, tú, dispositivo excelso de miles de millones de años de evolución.
Añadimos nomenclaturas, uniformes regios, oropeles, y erigimos sedes imponentes e inconfundibles, tal y como hacen los bancos en la actualidad. Si la Iglesia hubiese eclosionado magna en el siglo XX americano, hubiese hecho rascacielos. Es la historia de una gran empresa, en el sentido amplio del término, pero una mera empresa humana más.

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