lunes, 7 de octubre de 2013

Inicio curso literario


Primer lunes de octubre, 10 de la mañana, Barcelona. La urbe, con esa matemática de metros, avenidas, ensanches y parquímetros. Matrices tiralineadas, cuadrículas consabidas por sus habitantes y código abstruso para los turistas, que apenas tienen 48 horas para hackear las claves de la ciudad, sus mareas y remolinos silvestres.

El teléfono móvil de nuestros días ha mutado a otra cosa, ahora deberían llamarse intercomunicador. Hace las veces de contacto permanente con los demás, con la realidad. Este apéndice plano y cristalino, se ha convertido en un órgano, es nuestro terminal informático o nuestro sexto sentido. En mí aparte es taller literario. Pero sirve de intercomunicador instántaneo con los nuestros, de capturador férreo de vivencias como una hipermemoria antes no vivida, de consola inmortal ante el tedio del trayecto en autobús o ante los umbrales del sueño en la cama, de enciclopedia portátil en la pernera del pantalón. Es un pequeño gadget de Pandora, cónyuge, hasta que la batería nos separe. Con un asistente de voz que supera otras inteligencias humanas sustituibles. 
No es bueno ni malo, sino lanzado y amoral como todo lo vertiginoso. Pero es pequeño, reductor, empequeñecedor, byteano. Tiene el riesgo, la inercia de los embutidos. A veces parezco poder meterme empezando por la cabeza, en este rectángulo de cristal líquido.

¿Podemos hablar ya de barrio hindú en Barcelona, o todavía no nos hemos dado cuenta? El pequeño Peshawar ravalea en Barcelona y sólo falta que el alcalde bendiga con la espada la nomenclatura. Porque barrio paki suena mal, paki es homófono de paqui, la coles, y son hindúes mal que les pese. A veces veo un comercio no originario de la península del Indo por estas calles.

No hay comentarios: