sábado, 1 de noviembre de 2008

Epifenómenos: El taxi pre-disco

En esas noches de botellón casero, esquema al uso de nuestro ocio de principios de siglo XXI, todos hemos abandonado la casa del anfitrión y hemos precisado de un taxi para llevarnos a algún lugar donde dar rienda suelta a nuestras neuronas infladas de etanol.

Entonces los colegas en cuestión, inspirados en esa fraternal inhibición rompe-rutinas, en unas pequeñas vacaciones de la cordura, emulando el estado natural libertino de American Pie, y destinando todo el talento creador de sus mentes al cachondeo, la chirigota y la ocurrencia dionisíaca... se topan con la única persona esa noche que está trabajando ajena al ocio, con su chaqueta de punto granate y sus gafas de años ha en la mirada.
Es cuando se produce un bancal humano muy curioso en medio del desnivel de ambas realidades. El trabajador y el borracho, esta vez no se cruzan a las 7 de la mañana en el metro, cuando uno se arrastra con aspecto gastado y aliento inflamable, mientras el otro centrado, ojeroso y periódico en mano, se resigna a levantar el país que el otro ha removido. Esta vez el destino cotidiano los encierra en el mismo habitáculo, y están condenados a relacionarse, por la desinhibición del borracho y la trasnochada verborrea del taxista. De repente, el borracho más bestia inicia las hostilidades con una pregunta bestia o una observación hiperbólica tipo: - hay-que-ver cómo-están-las-mujeres, me-pica-todo-de-pensarlo. A la que le siguen frases aún más bestias, en un tipo de conversación que sólo puede existir en los taxis, y de desaparecer ellos sería una "charla en peligro de extinción". Donde el frenesí es rebajado, frenado, acomodado a las dimensiones semi-serias del trabajador, y se sigue la chirigota en una especie de oficina andante, efímera, caduca, pero los payasos de la noche que somos, por un momento entramos en contacto con la otra cara de la vida y paseamos nuestra locura de puntillas.
Y es curioso como la psicología del gremio taxista no rechaza esa impostura alcoholizada de felicidad, ni esa locura arrolladora que entra y sale de sus asientos traseros. Se da un punto de comunión entre la psicología del taxista y el vicio destapado del borracho discotequero. Es más, parece disfrutar y transitar sin incomodidades por la senda propuesta, y al final, el habitáculo tapizado de cuero acaba siendo una suerte de confesionario donde su dueño puede desvelar sus secretos más oscuros con aquellos desconocidos de la noche que pasarán a mejor vida.

9 treinta por favor.
Tenga 10 y haga bote pa eso que nos ha contado que hace, madrededios!
Y otro taxi anónimo ha sido testimonio de una conversación imposible que se diluye en la ociosidad de la noche y en la ebriedad del momento

4 comentarios:

elnaugrafodigital dijo...

Es fascinante es concepto del taxi pre-disco. Ahí es cuando los taxistas se tragan su orgullo por unas buenas perras, para soltarlo luego de día a indefensos clientes adolescentes o personalidades melifluas de cualquier tipo. Pero en ese momento de euforia de cualquier noche debe de ser una tortura para el veterano taxista. Bueno, estarán aquellos que les entretenga y les contagie de buen humor las risotadas pre-fiesta de los post-botellones. A mi en particular no me sienta nada bien juntarme con gente con distintos biorritmos anímicos. Por exceso o por defecto.

Julio dijo...

Concepto real como la vida misma. Aún recuerdo un taxi que compartí con cierto náufrago en cierta capital navarra.

El trayecto: Marengo-Vaivén.(Que si!! Que pago yo cojones!! Que acabo de ganar X€!!).

La conversación: teoría del taxista: el Opus hace que en Pamplona las mujeres sean más recatadas (dijimos ser de Cuenca y añorar ver más minifaldas... o algo así).

El precio: 4.70€ aprox.. Un punto por la abreviación y otro por el final de la frase, ¿qué me dices a eso M. Moliner?

Si no fuera por esos momenticos...

elnaugrafodigital dijo...

Gran momentasso taxístico, vive Dios. Sólo que no fue pre-disco, sino inter-disco, o sea, disco-disco. Dijimos que éramos de Ciudad Real, jajaja. Qué pedico más majo llevábamos, ayyyyyy

Anónimo dijo...

Punto detrás de la abreviación. Curioso. Hacía tiempo que no daba con este fenómeno. Punto y a correr, leches. ¿Cómo escribe usted etcétera cuando quiere abreviarla, hoombre?