jueves, 20 de noviembre de 2008

Desandador de caminos

Mi teclado tiene vida brincando en el autobús con los disciplinados baches que no cesan de sucederse en horas de carretera, asfalto tico de la casa.
Aparte, gozo de la valiosa fortuna de tener a una cantante espontánea en la treintena, sentada unas filas adelante, con el superpoder de irritar deeply con su odiosa voz. Es una Perséfone cuyo repertorio sólo ofrece canciones de desamor, en un tonillo pachuco, de pantoja de puerto rico lírica, agudo en la distancia, que impide el desarrollo de cualquier otro tipo de actividad humana.

Se calló, se le agotó la inspiración. Alivio. Paz.
Me dirijo a media tarde a la reserva de Monteverde, 5 horejas de autocar hasta llegar al bosque nuboso del lugar, que será visitado ya de día cuando aclare, antes de regresar a San José de nuevo en la tarde.
El paisaje sigue tapizado en verde. Las alcobas interiores sonríen en este viaje en el que de momento ejerzo de pajarillo que va picando lo mejor de aquí y de allá, como en un buffet de experiencias exóticas. Tras Monteverde llega un finde largo en Panamá, viaje que aún no he preparado lo más mínimo y tocará tirar de improvisación.

Meditaba el otro día sobre como monté un castillo en Costa Rica y lo desvanecí en pocas horas. Los seres humanos cuando andamos algo perdidos nos solemos aferrar a un proyecto desarrollándolo e implicándonos sin haberlo medido, en una entrega que nos ocupa los días y sus vacíos, como el operario que va a trabajar sus 8 horas día tras día sabiendo que no tiene y tal vez no puede escoger algo mejor que hacer.
Mi estancia en Costa Rica fue básicamente laboral, cuando ése era quizás el menor objetivo a desarrollar aquí. Monté una oficina con toda la multitud de flecos que montar una empresa conlleva en 6 semanas.

Desde la distancia mirando cafetales por la ventana, veo como me refugié en ese laborioso proceso que una vez empezado tenía que acabar, con mi vertiginosa forma de hacer las cosas. Por algún motivo encendí esa mecha, me pegué al proyecto, y una vez coronado, funcionando y finiquitado, traspasé todo el negocio en 48 horas por el agobio final que me había causado el entretenido pero innecesario pasatiempo empresarial.

Sin más. Fueron casi dos meses, período tampoco demasiado largo, y sí, fue como coger un bus a un lugar lejano para cuando llegas volverte a subir al autobús.
Aunque no lo veo como una pérdida de tiempo, pues me quedo con los dos trayectos y lo transitado, con el viaje a ninguna parte, con un necesario perderse humano y repetible, con un resultado aparentemente estéril pero tal vez cortado a tiempo para evitar pesares mayores, saber perder truebiano quien sabe, je.
A veces la vida consiste en levantar una torre, terminarla, y todo seguido volverla a desarmar. Nos quedamos sin torre, pero también han valido los cigarros de la montura, la mecánica aprendida, los compañeros conocidos...
ser desarmador de torres mientras sea ocasional y no la profesión, no deja de ser otra senda vital más.

2 comentarios:

Siberieee εïз... dijo...

Tal i cóm ho exliques, sembla que la teva vida sigui una voràgineee, però als meus ulls, és realment interessant. M'hauré d'apuntar aquest destí a la llista de "1000 llocs per exlorar abans de dinyar-la", encara no sé en quina posició del rank, però.

pd: tant anar amunt i avall en autobús, en bici, en tren... vol dir que no li sortiria a compte treure's el carnet de conduir?

un petonas a la punta del nas ;p

elnaugrafodigital dijo...

Hermoso texto, pardiez. Ser armador de torres tiene sentido y es hasta bello mientras tenga uno fe en la necesidad de la erección de esa torre. Mientras crea en el proyecto. A veces, el único motor válido es demostrarse a sí mismo que se puede hacer, como la gente que corona ochomiles. Si, además, se aprendió algo en el camino, se fraguó alguna amistad, se fijaron recuerdos ticos en la memoria, la cosa mereció la pena, claro que sí. Otra cosa es que en terminos de esa productividad mercantil que nos meten en la mollera la cosa tuviera su canje; la mentalidad económica sólo para especular con acciones, propias y ajenas, por favor. Buen finde.