Abrió al azar el primero, y se quedó desconcertada con lo que veía... rara vez había visto tanta complejidad. Tal pretensión de conexiones, materiales nuevos y estructura innovadora, que de llegar a funcionar significaría un hito en su tiempo. Era de verdad, una apuesta al futuro ilusionante, y nunca se le iría de la mente ese amasijo de cables rojos y chips verdes que brillaban, y resultaban tan atractivos al recuerdo.
El otro paquete en elegante envoltorio aguardaba su momento. Se deshizo del papel y cayó a la papelera al descubrir la primitiva estructura del segundo artefacto...
Playskool, la palabra que definía, esa obra científica: simple, rudimentario, equivocado, primitivo y... mala leche, era lo que le provocaba su visión.
C enseguida se puso a manipular el intrincado dispositivo del artefacto de cables rojos. En dos movimientos ya se había cargado dos circuitos y fastidiada empezó a tachar esa complejidad con sus etiquetas mentales previas, entonces ya era un "circuito raro y endeble" pero siguió manipulándolo como siempre lo había hecho. Circuito quemado, antes de funcionar. Manazas al poder en medio del posible hito.
Volvió al segundo. Era una mierda pinchada en un palo, pero era experta en tratar a lo mediocre con la misma o más condescencia que a lo que destacaba. La burda simpleza del objeto pasó a ser eficiencia suficiente, lo asquerosamente primitivo se tornó esquematismo confortable, y los resultados tras manipularlo sin atisbo de problema, promesas eternas a desarrollarse. C era un antropoide con el chip de la igualdad metido, ese que venden en Pricoinsa al lado del chip del socialismo. Un algoritmo simplón que obligaba a tratar a todos los antropoides creyendo que eran iguales, poniéndoles un uniforme de fondo común. Una igualdad burda y piadosa que sólo pretendía que los circuitos emocionales del antropoide no tuvieran una depleción de energía. Nada que ver con la ciencia, nada que ver con la inteligencia, nada que ver con la verdad; un mero ajuste emocional para llegar a viejo.
C se movía en ese incómodo peldaño entre la mediocridad y la excelencia. Se apiadaba de los primeros y era torpe con los segundos. No se quedaba con los primeros, y los segundos no se quedaban con ella. Como el artefacto simple que rechazó y como el artefacto quemado por ella.
Pero todos eran iguales. Todas las personas debían ser iguales.
Si no, qué pasaría??
Le daba miedo...
Chip.
Ahí ya estaba el chip.
Todo quedaba a salvo
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