Sigamos hablando de partes de las personas que no se ven cuando caminan por las calles, de todo aquello que sobresale de sus siluetas, sus vestidos, y ocupa un lugar manifiesto-con la sutileza de unos pasos desconocidos que se van.
No dos chaquetas idénticas expresan lo mismo, no dos sonrisas ladeadas resbalan los mismos sentimientos. Lo físico se inflama en mensajes que chocan en la atmósfera de los demás paseantes.
Por ejemplo, todos tenemos mochilas de proyectos-esperanza tras de si que tropiezan en las calles con alas de impulsos kamikaze de otros. El impacto de lo irreflexivo en lo pensado, la corrosión de la inmediatez en lo mediato. Como cuando topamos con una chaqueta provocativa que te recuerda que tú no tienes dinero, sin pancarta, sólo con la sutileza de un estampado, o el minimalismo de un nombre-marca. O cuando los andares torpones de una familia friki dotan de sentido al efímero paseo de trámite al trabajo, una corbata ostentosa del Funcionariado lubrica tu emoción de libertad, o mientras al girar la cara una voz judicial y recriminante, pero apabullantemente jovial, te nubla tu idea de que a la felicidad se llega por caminos menos tuyos.
Expresiones que apagan la forzada existencia de Dios, miradas que te clasifican en un ránking de belleza o de dignidad, sonrisas amables que devuelven litros de teología a la ciudad, prendas de vestir que quieren confesarse, curvas y músculos que quieren exhibirse, perfiles marginales que buscan afirmarse, andares de siempre que resisten a cambiar. El clásico, el provocador, el nihilista, minimalista, y hasta uno con chapa de ecologista.
Es el roce y el fregamiento inevitable de caminar por las calles mientras caminas entre las mentes vestidas de los otros. El chocarse o acoplarse entre nuestros apéndices psicológicos, nuestras pancartas escondidas en trajes, colores, perfiles y voces. A veces pasean elefantes gruesos de información, auténticas personas-anuncio sin vida más allá de su presencia; otras veces cometas o correcaminos que dejan una bonita huella deleble; y por suerte muchas personas poco ruidosas para la conciencia y los sentidos que prefieren mantenerse en el anonimato y la paz de la filosofía de los lunes.
Las personas tenemos toda una atmósfera alrededor nuestro que se roza y choca con las de nuestros semejantes. De mayor o menor densidad tolerante, más escarpada o suave en sus límites, con formas barrocas complicadas de encajar, vacuidades inflamables imposibles de habitar o magnetismos artísticos irresistibles de romper.
sábado, 20 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
A veces, un corto viaje en metro puede ser demodelor de cansado. Y eso yendo sentado.
Callate imbecil
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