sábado, 13 de septiembre de 2008

El precio del progreso

¿Cuánto vale realmente este móvil última generación que nos compramos y que marca 120 euros? Cuánto tengo que pagar por las baldosas modernistas de las aceras de Barcelona, por todos los mandos a distancia, por las pantallas de tv de los nuevos trenes, por las modernas cajas nuevas de las pastillas Juanola?...

Nadie me cobra los impuestos psicológicos de lo comprado, de igual forma que nadie pagaba la mortalidad del tabaco. Y ese "nadie" no es que no exista, es que no tiene bigote ni sombrero ni apellido, es un nadie indefinido, anónimo e intangible. Ese nadie es social, y por social un concepto, y aquí sí que los conceptos hacen que valgan cero.

Pues no. El nadie somos todos, unos más que otros. Alguien debería informar que toda esta parafernalia del progreso, del crecimiento del PIB, del flujo libre de capitales y el tratar de optimizarlos, de la obesidad de la economía por el consumismo, es la forma en la que vivimos, ni más ni menos, y que no hay otra.
Y que cambiarla supone esquilar a todas las ovejas del mundo, inventar un pelo natural, y volvérselo a poner a todas las ovejas como si nada y haciendo revivir a las muertas en el proceso.

Pero alguien debería informar también que no parar de ser más ricos lustro tras lustro, no hace más feliz. Que el móvil de última generación me cuesta más de lo que pago. Que nadie me va a indemnizar por haber nacido en una ciudad o por tener cero relación con las 100 personas que viven en mi pueblo-edificio. Que la masificación y el aislamiento son gratis para quien saca tajada del tinglado, que las pagamos otros. Que la artificialidad, tontura y poca autenticidad de los días y semanas ya se contiene en todos los avances tecnológicos. Que va de serie en los mp3, psp, dvd y pda´s, que hay que tirar los walkman, videos, marcianitos y hasta libros, porque sí, porque ya vino lo último, y todos lo compran, y lo vemos por la calle, y me aburro o me siento solo en la ciudad y me consuelo con lo que fabrican el señor Sony, el señor Gates o el señor Scrooge de turno.

Podemos parecer astronautas para cualquier persona de siglos pasados, vestidos y equipados a la última. Pero no dejamos de ser igual de desgraciados, y eso es lo triste.
Nuestra cabecita anda muy mal, muy perjudicada respecto a aquellas gentes de los pueblos de otros siglos, pobres, sin mp3 ni televisión, comiendo con las manos 2 recetas mal hechas, harapientas, campesinas, con una pelota de trapos y un teatro tercermundista como ocio. Somos galácticos, aquel equipo de favoritos que todo lo tiene y se cree, que sale vapuleado por goleada ante la sencillez y lo auténtico. A veces damos asco. Los que más han tenido de la historia y los que más les ha costado serlo.

3 comentarios:

elnaugrafodigital dijo...

De acuerdo a priori. Pero yo no viviría en otra época. Es cierto lo que dices en ciertos sectores de Japón, el país más desarrollado del mundo pero con unos índices de suicidio y de "hikikomoris" asombroso. Pero luego leí un estudio de, que sí, de que en los países más desarrollados la gente aseguraba sentirse más feliz que en una Bolivia o Nicaragua profunda.

Ahí están esas Dinamarcas o, fíjate, Pamplonas. Una encuesta revelaba que era un gran sitio para ser feliz y puede ser cierto. Para eso tienes que tener cietas coordenadas conformistas y cierto espíritu que no criticaré ahora por no ir de snob, pero que ya me entiendo yo.

A mí el progreso sólo me convence y lo defiendo por una cosa: por sus avances médicos. Quizá también por los tecnológicos, de no ser por internet no hablaríamos vd y yo, pero esto es relativo. Hace cien años los cafés de Madrid eran la envidia de Europa, prietos de conversaciones y animadas charlas. Cambiaría ahora mismo todos mis blogs, fotologs, feisbuques, e-mails y demás jerigonza on-line por ser miembro de una de esas tertulias, pongamos la del café Pombo de la cripta de ídem, que se celebraba cada sábado con el oficio de don Ramón.

O zascandilear de bar en bar, sabiendo que hay gente amiga, y no tener que ir forzando planes pseudocoñazo, con el sempiterno alcoholamen adulterado de por medio, como acceso a una sociabilidad raras veces satisfactoria al 100%.

El progreso pendiente es el social, el humanístico. Totalmente.

*Enhorabuena por su gesta del triathlon. No sé si yo podría cumplir una azaña así. De momento, me he limitado a estar en mi rol de comentador, por triplicado (y con un perdido!!). abrazos

elnaugrafodigital dijo...

Jordisantamaría, debemos entender, dios no lo quiera, este triathlon bloguero como tu particular canto del cisne? Queremos saber de tu paradero, ¿dó te hallas?

Jordi Santamaria dijo...

El progreso es inevitable.
Volver a otros siglos es utópico, hasta que Doc no patente su máquina del tiempo.
De acuerdo con ciertos avances maravillosos, médicos y tecnológicos. Aunque aún en lo médico, esto de alargar la vida como una mano cérea tendinosa y arrugada, no siempre tiene mucho sentido.
Pero repito que el progreso es muchísimo más caro de lo que nos cuesta en las etiquetas. Esas miradas de mala leche en el vagón del metro podrían ser objeto de una escultura de lo que hablo, o la agenda de cualquier psicólogo de hoy en día petrificada y brillante. Que no, ser ricos, y todos lo somos, tiene un precio, y seguimos empecinados en continuar pagándolo.
Ya volví, más espaciadamente, y a la triatlón sólo queda responderele con una pentatlón. Potros somos y brío tenemos