Que cuando somos niños es cuando realmente somos felices, día tras día, y que cualquier tiempo pasado fue mejor... se justifica plácidamente con aquellos partidos de fútbol en los patios del colegio...
sólo uno más, un minuto más con borrosas ecuaciones de tiza en el verde de la pizarra, bocadillo en papel albal cogido bajo el pupitre, potencia y nervios en los pies... timbrrrrrre! del patio, ergo huída total del aula, y vamos a lo que vamos, a lo que venimos a este centro educativo: a jugar ese partido diario como si de una final de la Eurocopa se tratase.
Que el partido de quinto A, se dispute entre medio de 23 partidos más en un terreno que se asemeja a una especie de salida del metro continua nunca nos importó. Era nuestra cancha, nuestra casa de juego, y de alguna manera aprendimos allí mucho de la complejidad del mundo, era allí donde bajábamos a la calle y ensayábamos a movernos en el caos de la selva del mundo sin saberlo.
Se llegaba a la clase-oficina en un mar de sudor, tras ese claro paréntesis de todo, el break más desbordado de nuestra vida, la mayor apropiación de informalidad entre trabajo. Se luchaba en cada chut y regate como si fuese el último, protestando ese cuerpo de séptimo B que paraba un gol fortuitamente, celebrando los goles de la final del mundial de la mañana del 6 de febrero de 1989.
Las suelas de los zapatos gastadas, la pelota pequeña de plástico tatuada con quinto A, el sonido del timbre final que raja el partido, congela el frenesí, enmudece el alboroto, hace desaparecer los niños del patio, y los convierte en aspirantes a adultos sudorosos en las clases.
Lo silvestre todavía no ha muerto, se cuela entre sesudos libros de texto y miles de nombres serios a olvidar, se cuela en forma de cachondeo sibilino cada vez que nos dan un milímetro para ello, en motes, en gritos, en bromas, en devolver al profesor toda esa putada y esclavitud necesaria que supone no estar en el patio, en la calle, que es donde nos llevan los pies. Las bromas del colegio saltarán de la escuela a las juergas con los amigos, auténticos momentos donde rompemos el mundo y lo dislocamos en una oxigenación sin igual. Luego si de allí no saltan a ningún lugar del futuro, puede sí que se muera un poco. Frenesí sin vallas, tigres de compañía, locura en el aliento, niñez madura, chute del recuerdo, etiquetas de la dicha
martes, 23 de septiembre de 2008
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4 comentarios:
Frenesí de partidos a la misma hora, pero también de diversas disciplinas deportivas. Dicen ahora en EEUU que lo que mola es la educación en casa, tutelada por padres responsables y rectos. Qué error!
Estos yankees están locos. Precisamente este post me ha hecho pensar en el buen papel que hace el colegio no sólo educando en lo académico, sino como simulacro de vida adulta.
El patio de colegio es una selva, mezcla de la selva como tal y la jungla del mundo adulto, en la que hay que aprender a sobrevivir, y ese aprendizaje es necesario para el futuro. Como los cachorros de cualquier gato (por ejemplo) que se pasan su corta infancia peleando para preparase ante lo que pueda traer el futuro.
A no ser que el futuro de la civilización que se tiene en mente sea el de un conjunto de seres extremadamente individualizados y antisociales que se comunican mediante hilos de cobre.
¡Viva la interacción social!
(y los balones tatuados...jaja, muy bueno, no me acordaba de ee detalle)
Hay colegios que son microcosmos y da ganas de quedarse en ese ecosistema más de los 12 años preceptivos, toda una colmena familiar en grato equilibrio.
La universidad ya es otro cantar, todo mucho más diluído, un volver a comenzar de cero, y todo es como más artificial, menos pueblo, y según qué carreras, una fantochada.
Y ya no se puede volver atrás a aquellos años no. No.
Diluido, diluido
(jesuita, huida, influido, fluido, luis. Sin tilde, amigos.)
Atentamente,
M
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