lunes, 1 de julio de 2013
Literatura de pipicán
Los capuchones algodonosos han mutado a verbenas, esa flor lila de San Juan, que junto a la paniculata son la retaguarda de la primavera. El suelo suena crujiente de pinaza, en una resaca térmica. La sombra es el único alegato dispensador de la vida ante la dictadura del sol. Los árboles como astas salvan con sus copas los cuatro arbustos protegidos que cubren. El mundo está escindido en sol y sombra como una tauromaquia solar.
Uno se acaba mimetizando, patrificando, con el entorno que pasea y le ilustra el pensamiento y la lírica. Ahora resulto más bosquimano, más pináceo. Me interesan los bosques de otras latitudes cuando viajo, colecciono piñas de diferente clase y tamaño, me he hecho una criatura más de este bosque que me acoge.
Mi antinovela climática se ha detenido unos días porque su modo de funcionamiento con Kobe se rompió un tiempo. Esto es literatura de pipicán, de sacar al perro, es mi Sancho Panza literario. La fractura del año escolar, la proliferación de los niños consecuente, ha cambiado horarios. Esa tímida marabunta que las puertas cerradas de un colegio ocasionan, transforma el verano con unos enanos huracanados, que parecen tres en uno, cargados de años y años nerviosos por vivir.
La seca realidad está tumefacta y grogui en el crepúsculo. El sol parece tener una guarida de oro en su ocaso, termina sobrado la jornada detrás de las montañas, resplandeciendo como si tuviera una fundición ahí detrás. Es su era avasalladora.
Su retirada es un derrocamiento, una hora independentista. La exhuberancia sensorial del verano llega plena cuando el calor bruto se va, y la tarde se refresca en una muerte lenta, azul y malva. Cada atardecer del verano es una misa estética, el ambiente se posa embriagado. Un aire hecho, relleno. Una luz de verbena, de escenario feliz. Una temperatura álgida de lo humano. Unos cielos burros de arte, museos espontáneos de las nubes. Un silencio pacífico, rampa de paraísos. El alma grácil, el cuerpo ligero. Todo aquello que queda tras catorce horas de sol y verano, ese apagado exhausto, glorioso y lento. Hay algo que vive y no se ve, es una coordenada telúrica. Sin duda es el tiempo más inspirador y henchido de posibilidad de todo el año, una joya temporal que se desgrana.
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