martes, 23 de julio de 2013

El tiempo pasmado de los adolescentes


El tiempo pasmado de los adolescentes, pues un adolescente es un pasmarote, un auténtico especulador. Un estúpido atlético que cambia su programa, su rutina, y aplica una disciplina infantil y laxa, en la sala de espera perpetua de la adultez. El púber forja una imagen, una marca, se contiene, empieza a ser contenedor de algo, y emplea mucho tiempo en desprender un honor imberbe y consumista. Antes era un fruidor, un rebañavida como niño, famélico de momentos. Ahora se contiene, se sexualiza, se empata, se ruste un solitario cósmico, y lo percibe como se percibe el equilibrio, no hay visión, no hay olor, no hay sonido, sólo unas nuevas coordenadas. Un adolescente es un diletante, un escaqueador vocacional, su reacción instintiva ante la metamorfosis de su vida es contemporizar, para el tiempo digestivamente sin saberlo.
El centro de gravedad bascula, cambia de posturas, de plato y piñón, y muy humanamente pasa a detenerse, a sentarse en escaleras y pasar horas y eras, a desgranar un mundo violado, una infancia arrebatada un verano de hormonas. No hay trauma, la naturaleza ha depurado en eones un atraco perfecto, un robo inconsciente y a goteo, despistando al corazón con una nueva fase trepidante, intensa, y protagonista.
Algunos adolescentes con papeles de reparto, gregarios, de pelotón, se desdibujan para siempre en la adultez y más allá. La niñez ha enjaulado y domesticado las emociones, el ego ha ido a la escuela y sabe inglés. Empieza la adolescencia, que no se acaba nunca, y que sea primordialmente iniciática se nos olvida. En nuestras latitudes la adolescencia es un rito de paso eternamente aplazado, económicamente nefasto.
Aquellos púberes tribales que al menor bigotillo eran drogados con psicotrópicos y abandonados en la selva, parecen una broma macabra.
La historia de la civilización, para bien o para mal, ha hecho que nosotros, al pisar la adolescencia, nos sentemos en unas escaleras, en una acera, en pleno verano, a no hacer nada. Nos sentemos en grupo de iguales, como una tropa generacional conspirada, detenidos, y dejemos la fantasía motriz de la infancia. Como si nos acopláramos maquinalmente al vacío que hay en el mundo, dosificando tiempo y energía, en una peluquería del porvenir. Los adolescentes fundamentalmente se paran, remugantes, paciendo tiempo, y especulan con él como sus mayores lo hacen con los mercados o sus octagenarias vidas.

No hay comentarios: