viernes, 24 de mayo de 2013

Mayo literario o no


Flores, aguas, pero no escritos en mayo. Toca sacarse una licencia de psicólogo, no sé yo bien para qué. Ha sido mes de lances domésticos, de sentirse removido, y notar después que los tendones y meniscos líricos, andaban tumefactos pero en su sitio.
Afuera, en el mundo oficial de la literatura, sigue el mismo vocerío. En mi patio interior faeno, y sigo tragando obra umbraliana, ahora con más criterio cronológico. El Giocondo, Si hubiéramos sabido que el amor era eso, novelas exhuberantes de lenguaje e hiperpobladas, que son tratados psicológicos. Umbral es un filósofo adjetival, pues adjetivar es una forma de pensar inmanente. Elegirle un adjetivo a la cosa para lograr revelación, calificar, es atribuirle un momento energético orientado. Se llega a la verdad al exprimirla, perfilarla, singularizarla, virtuosamente empalmada con su contexto e historia. La palabra inflama a la cosa y la amplifica, da una hondura que transforma su naturaleza mostrenca. El lenguaje pulido y malabar como elemento devastador de lo manido. La verdadera resurrección de la realidad se da en el lenguaje.
Por ello, puede ser que no haya nada más diligentemente ateo en este universo que la literatura. Pues toda ella parte del mundo y termina en el mismo mundo, hay un olvido espontáneo y natural de lo teológico, que sólo se emplea de forma costumbrista. La literatura no es un debate entre lo divino y lo humano. Sólo entre lo humano y lo humano. La alta literatura es una sabiduría inmanente, donde se ametrallea con metáforas y adjetivos.

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