martes, 28 de mayo de 2013

Los gremios deportivos


Había una distinción en los corros de Egb, se podría disfrutar de una condición diferente, ser federado, una palabreja algo político-administrativa, que sonaba a condecoración, y a confederado. Simplemente estabas en el equipo federado de basket, hockey o fútbol, que en institución religiosa sin féminas, distaba mucho de ese estrellato juvenil americano, de los que hasta llevan una chaqueta particular, entre ninfas y muñecas con pompones, como si de una túnica y olimpo adolescente se tratase. Allí cargábamos con una mochila pesada y poco más. Sí, éramos eminencias del palmeo, del stick y de la rosca, cada cual en lo suyo, formando una tribu gremial, con todo el extra grupal y el roce de los entrenos, los partidos, y los motines contra el entrenador que nos tenía que domesticar. Las añadas tenían esos gremios entre los guerreros. Los scouts, los de acción mariana, o los de ajedrez, eran azúcar, lo llevaban discretamente, sin ese orgullo macho en ese entorno competitivo. Pero entre los guerreros de la aldea, cada gremio estaba compartimentado. No había hostilidades, pero las líneas estaban bien marcadas, eran tribus diferentes, y se miraban un poco de reojo. Los del basket, los del fútbol, los del hockey. Los del basket, reputados y falibles, los del fútbol, alternativos e inventados, los del hockey, marcianos y específicos. Tres escuadras, una cuarentena de tipos, un cuarto de la masa generacional, sumando al par de judokas y nadadores por curso.
Esas afinidades arbitrarias acabarían desembocando en pandillas juveniles, por el roce, por el fregamiento, por la pertenencia, llámalo familiaridad.

Cada añada a ojos de un psicólogo social, es un experimento de grupos al azar y medias poblacionales. Gravitan unas escasas afinidades afiladas, que se separan en la frontera del hockey y el basket, en la sima del ajedrez y el fútbol semiprofesional. Pululan unas manifiestas incompatibilidades de carácter, que el judo un otoño junta y dramatiza. O bien los dados, la ruleta de caer en tercero A, segundo C, octavo B, injertan tu vida con nuevos meteoritos y te la separan de aquel ya nunca mejor amigo.
Mas la conclusión del psicólogo social, tras este experimento crónico de la propia vida, sería que al final todo es compensable, que el millón de interacciones que se produce en tantos años y combinaciones, es estadísticamente equivalente, que no ha cambiado nada, que todo sería distinto y lo mismo.
Y con las parejas, con la carrera elegida, los espermatozoides ungidos, si se coge una escala de plazo medio-largo llega un momento que aceptamos la equivalencia de esposas, trabajos e hijos, llámese relatividad biográfica, pero que quita esos gramos de trascendencia excesiva, de exclusividad del destino, de autocentrismo de un yo que ha olvidado sus carambolas e impulsividad intermitente. La defensa de una biografía hipercoherente es un mecanismo compensatorio común de tanta relatividad, ingravidez y accidentalidad en esta existencia.

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