miércoles, 29 de mayo de 2013

Hacer pie literario


El debut de largo de Umbral, tras el amistoso de "Balada de gamberros", el debut verdadero, fue "Travesía de Madrid". Supongo que este primer libro, mediado por Cela, es como hacer pie. Porque esto de la vocación literaria es algo oceánico, un marasmo, sin letreros, con caminos borrados, una paja mental inconstante y centrípeta, una batalla introvertida e invisible. Es un quehacer primitivo, un hábito medieval, es el papel y lápiz inocente de la clase hecho tribuna y pecunio. Nadie de tu entorno se dedica ya a eso, anacoreta, eres un espía infiltrado y aislado de otro mundo, llevas un trabajo y una ilusión en secreto, tan muda, tan introvertida, que a veces parece sólo un pensamiento.

Por ello, esa sarta de palabras que hoy no son ni manuscritos encuadernados, que caben en una micra informática y ya ni tienen presencia, necesitan materialidad, saberse corpóreas, sea con la oficialidad de un libro, con menciones que anulen su sospecha alucinatoria, con conversaciones que prolonguen las terminaciones nerviosas de cada idea escrita, pues la tinta siempre resucita nerviosamente.

Y un primer ingreso en los oídos de una comunidad es hacer pie, algo tan absurdo como empezar a tener un nombre, bautizarse, comenzar de cero coma uno, ser alguien, al fin y al cabo. La cuestión es pasar la muralla militar que separa los don nadies y los álguienes, los aficionados, informes, sin entidad ni nombre, de los oficiales con uniforme. Sabiendo el mantra que cañonea todos los accesos: no aceptamos ningún manuscrito que no haya sido solicitado antes. Es un mundo hermético que parece haberse propuesto rehuir de ti, esquivarte con todos los accesos, descojonársete con los premios literarios, burlarte con el próximo best seller para señoritas. Luego, si te dieran un nombre, te pondrías bien alto en la pila bautismal,, a cagar chuzos y ñordos sobre el continente literario como un gordo cabrón con las pelotas hinchadas.

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