lunes, 24 de diciembre de 2012

Pubertales


Hay una época legendaria en que los niños soñamos con hacer cabañas en las copas de los árboles, y nos subimos a ellas con el vértigo de la aventura, en una tensión argumental que nunca decae. Siempre es desenlace o cántico inagural en la cabeza guionista de un niño de cinco años. Las copas de los árboles, las plazoletas, la calle, el charco de la primera orilla del mar, se convierten en biografía. Son el hogar y la patria de la infancia.

Unos años más tarde ya no reclutamos exploradores y buscatesoros en nuestras expediciones de viernes tarde. Pasamos de empresarios del juego, inventores, dramaturgos, coreógrafos de parque, directamente a especular con la vida. Nos compinchamos con unos cuantos vecinos que están en las mismas, desempleados de la fantasía y bregando con un bigotillo entre hormonas. Seres ávidos de chicas pero sin profesión por dentro. Y nos sentamos en grupo, nos sentamos, mucho, a ver la vida pasar. Es el jubilado que llevamos dentro el que se anticipa. La frenética niñez, cuando la vida hervía, ha dado paso a la era diletante, la conciencia ha nacido y con ella los espejos son más grandes que nunca. Nos han despertado de esa inmediatez que no retenía nada, nos han enlentecido, nos han puesto peso, lastre en la mirada.
Especulamos. Nos volvemos un ente de valoración. Una vez plegadas nuestras obligaciones escolares, somos auténticos desempleados, jubilados prematuros, sin castillos que conquistar ni pañales que cambiar. La adolescencia es esa loncha de en medio puesta ahí para lo ocioso, un casino vacío en el que igualmente se forja la vida, mecida al azar de los veranos.

El tiempo es frugal entonces. Y el imperio de lo blando es la adolescencia, un niño recién salido metido a boxear cosas de adulto. El verano se vuelve trascendente como una confesión religiosa, es la vida virgen desatada de reglas. Un congreso de iguales en las mayores plenitudes de la vida, para dar rienda suelta al vicio de soñar. Se forma un clan, enseguida se asocian los pioneros de la adultez y trotan en manada. Acaban posándose en su centro del universo, su lugar de reunión y procrastinación. Las localizaciones de la adolescencia se suelen dar en formas de corrala, vecindarios donde se vienen a buscar, se controla si están, se espían los enamorados. Una colmena donde sólo importan equix ventanas y el resto del mundo nos es completamente igual.
Nos vamos a buscar, y estamos. Ponemos las toallas en colmena y ejercemos de adolescentes. Paramos la vida, a paladearla, a procrastinar, a pasarnos seis mañanas de playa para conseguir avanzar quince metros con la musa de turno. A pasarnos doce tardes estirando una anécdota desternillante, modificándola, rebozándola, sacándole soniquetes. Entre granizados, piques con clanes vecinos, bromas y jugarretas, expediciones nocturnas, grafittis de tiza apasionada, horas de queda paternas.
Los amores maduran todo un julio, como las cucurbitáceas, y después dan un fruto hinchado, carnoso, que dura todo el año y nos mancha las mejillas al morderlo.
Después, yo era un artista pardillo, de los que regalaba cassetes de varias horas de factura a las novias. Exigía un proceso de grabación con pausas intratema exactas, un esmerado trasvase de tesoros personales de cinta magnética a cinta magnética. En la funda el cancionero deslumbraba con títulos y letra dibujada grafía a grafía. Los temas, eran elegidos a conciencia en una criba estricta de jurado internacional. Se había formado un kit para rebozarse de amor hasta las trancas. Orlado, personal, una artesanía de erotismo adolescente...
(continuará)

2 comentarios:

carmen dijo...

Me quedo con lo de que "los espejos son más grandes que nunca"..
Y en ellos se puede ver nuestra figura agrandada, nuestro ser hinchado de EGO, la realidad gigante, y el miedo detrás de ese EGO que lo disimula...

genial artista de cassetttes en horas y horas de desvelos...
No sé si las chicas lo apreciarian.Quedan pocas con sensibilidad antigua...

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.