domingo, 30 de diciembre de 2012

Hastío hecho hormigón


Salón de Loterías en la falda de la Navidad. Un bombo que enjaula miles de gusanos redondos que borbotean, una tumoración de los números, estómago de la suerte que supura décimos del azar.
España tiene cinco grandes Jabba, con sus bolas marroamarillentas de sistema digestivo, sepia de siglo. Obesidades pardas que presiden los designios de millones de euros huérfanos y hambrientos, que es lo mismo que presidir un país bajo un régimen supersticioso un lapso de tiempo.

En la sala gente disfrazada, trasvestida, y sólo ellos entienden por qué. El síndrome lotérico flirtea con el delirio un día. "Se van a repartir millones" y los entusiastas de disfraz enfilan el baile tan solo al oírlo, vamos a la verbena, cuando 5 Jabbas the Hut Tiranos presiden el evento, regurgitando premios más avaros que un teorema de Bayes. Son gente trasvestida en un salón de loterías, el eco criaturesco de los realmente premiados, etérea alegoría, humo decorativo y poularda televisiva.

Los niños de San Ildefonso me parecían más ángeles blanco nuclear antes. Ahora son niños, sin más, y entrevistan a sus madres que confiesan la avidez por cantar un gordo, que da un propinón. Y eso se ve en los ojos de los niños.
Esos niños que los suponías sin padre ni madre, de San Ildefonso, en una especie de rectoría alimentándose de almíbar y claras de huevo, dedicados eternamente al arte de cantar números y vestir de blanco nuclear. Eran los últimos monaguillos laicos que quedaban.

Las hormigoneras siguen dando vueltas y una minúscula bola origina una morterada, por el poder de las matemáticas. Se genera el asombro como un parto en el ambiente, la televisión lo barroquiza, un premiado se acaba creyendo lo de eligido, un rastreador de banco simula ser parroquia del champán y congenia comisiones.
Los premiados tienen cara de afectados, entre la incredulidad y un virus. Unos hablan como entonando una causalidad inventada, otros serenos como intuyendo que el dinero tiene patas y pincha.

Y es que la gente confunde un acontecimiento epifánico con las matemáticas. La lotería triunfa en un reino de damnificados. Al menos uno que se salve, sólo tenemos para un chaleco salvavidas, rifémoslo. Tal argapmasa ingente de lotería, con su cosquilleo pausado en la hormigonera del suspense, bien puede vertirse y encofrar kilómetros cuadrados de desesperación. Hastío hecho hormigón. La superstición como clave del destino.
Tener ilusión y afición por las rifas dice bastante de una biografía, o de un país.

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