miércoles, 26 de diciembre de 2012

Océanos judiciales y las lecciones de baile del Progreso


Comienzan los telediarios morbosos, como el antiguo El Caso, crímenes con música de suspense y thriller de cortinilla. El todo por la audiencia llega a los informativos para quedarse. Compiten una quinta de ellos en jauría por la supremacía. El cliché de una bonita cara relatando una carnicería por televisión. Nos tienen a dieta de morbo.

Todo es convulsión resultadista, en la mayoría de sectores, televisiones, empresas, comercios, partidos políticos. Parece que se jueguen la supervivencia cada hora y no escatiman en tensión. Como si de repente el mundo de toda la vida pasase un atardecer obseso de la economía, preocupado por cada penique que cede, con la caballería comercial galopándonos agresiva. Picotean la vida con llamadas intrusivas a nuestro teléfono, nos rodean de anzuelos comerciales sabiendo que son cepos disfrazados, la tele vomita anuncios en pausas y en no pausas, tememos que al dormir una musiquilla no nos ofrezca algun servicio intempestivo. A veces parece que estamos cercados. Somos el target, somos la presa, inocentes de nosotros con pijama y un café en el sofá. Buscan sorprendernos con otro rizo, un ejército de agudos publicistas estudian nuestra mente, van a por nuestra cansada cabeza y nuestra vulnerable voluntad. Respect.
Calmen los purasangres. Relajen la fusta candente.

Las empresas han ordenado el asedio, como en un mourinhismo acomplejado que opta por el desgaste del ambiente como lema. A falta de excelencia, rasquemos, rayemos, forcemos, hagamos ruido. Tal que un pequeño animal con las de perder, ericemos el pelo, elevemos las espaldas y chillemos.
La agresividad comercial de una gran empresa se disemina en los intersticios, los huecos de vida de sus clientes, y se disipa con la poca competencia de tamaño. Son chispas, pieles de clientes chamuscadas, que se disimulan en el trajín, y se disuelven en el océano judicial nunca emprendido por un ciudadno de a pie. Saben que nadie va a juicio, que la gente no puede perder el tiempo, y se forma ese océano judicial en una dimensión invisible. Es un océano de energía, de recursos, un almacén robado de vida tangible a su disposición. Las asociaciones de consumidores en la civilización del consumismo, no tendrían que ser un despacho en un entresuelo, deberían tener más altura y entidad.

Detrás está el gran debate aplazado sobre el progreso. Postpuesto porque si se debate, si te paras un minuto, se progresa menos, el credo es interiorizado. Aplazado por no querer mirar, como un mundial niño pequeño que sabe que lo que está haciendo es una conducta supersticiosa, de ésas en las que estás metido y no puedes parar por la inercia, como comer pipas, urgarte orificios, viciado por el mismo acto.
El progreso no ha sido temporizado, es un huérfano de cronología. Como en una casa de abuelos que han pasado hambre, se ha dejado que el progreso se comporte como un maná compensativo de máximos, una criatura velocista, que fluya a destajo, se jaleen sus récords, como si el exceso de estado de bienestar nunca pudiese conllevar desajustes, correcciones, incoherencias con la realidad propia de la economía, ajena a los deseos y obediente a los inventarios. Nadie ha enseñado a las musculosas piernas del progreso a bailar con los tiempos.

Todo esto concuerda con la historiografía de la crisis, su obsesión por la tasa de crecimiento y el posterior reajuste dramático en el que estamos. El progreso ha de tener un ritmo, de carrera de cien metros lisos o de carrera de fondo, pero se nos ha de explicar a qué distancia corremos y no estaría mal inventar un dirigente que pudiendo crecer al 4% opte por crecer al 3 % por una mera cuestión de prudencia y visión ampliada.

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