viernes, 21 de diciembre de 2012

El señor que prohibía la música


Hay odios bastante bizarros e intrincados. Tenía un amigo que odiaba el café, y el cine. No podía oler el café, vete tú a saber qué trauma, y como era un auténtico rata debía sospechar que el cine iba a duplicar y triplicar sus precios vertiginosamente con el pasar de los años, así que mejor no se aficionaba.

Pues mira que Umbral salta y dice que detesta la música. El café, el cine, la música, te los encuentras al cruzar cada esquina, se encarnan en ti al menor despiste, es un poco como odiar las rodillas, lo siento, pero van a estar siempre ahí. Sólo se me ocurre aquello de en casa del herrero... porque Umbral es precisamente un escritor hipermusical, que escoge sus palabras siempre acomodándolas en sonido, con un sexto sentido para la sibilina musicalidad del texto en prosa. Concuerda que un herrero de la musicalidad escrita, se canse de la música literal, yacimiento tan manido para él oblicua pero perpetuamente. La corriente del grifo de la música le aborrece y le aturde, empachado en su oficio de esquilmarle quilates a la música, arte y faena al mismo tiempo. La música, como el cine a mi amigo, son los jefes de una vida, los que mandan. Odiamos a los jefes y ejes de nuestras vidas, a los símbolos y metáforas que nos explican, desde un fondo atávico. Yo detesto las novelas, será...?

Umbral cuenta en sus memorias barra obra, que las clases del idioma inglés le descubrieron la guturalidad del lenguaje. Cuando el código del lenguaje propio es violado, mutado, el niño se queda perplejo y empieza a notar la hondura sin eco del mundo. A la vez, es una pirueta de relativismo que quita un grado más de dureza a la fortaleza del mundo - ...ya llegará un día de blandurrias para los absolutos -.
Pues resulta que al joven Umbral se le rompe el absoluto del castellano, y descubre que las cosas se pueden decir más cercanas a la onomatopeya, a la música instrumental, a la incidencia del acompañamiento. En un grupo musical de lenguas, una banda, a los castellanos nuestro idioma nos suena vocalista, y el inglés entre la guitarra y la percusión. Para ellos, que siempre se sentirán vocalistas como cualquiera en su lengua materna, el español le puede resultar el percusionista de la banda, con sus hiatos vocálicos.
En el fondo, de lo que Umbral toma conciencia, es de la sonoridad del lenguaje, del gran espacio que ocupa en la literatura el chasis del lenguaje más allá de su significado. Y sonoridad trabada, viene a ser musicalidad. Umbral descubre la musicalidad del lenguaje en las clases de idioma extranjero, y pasa una vida haciendo un lenguaje total, eterno poema en el discurso de la prosa, dándole un sonajero de amor a cada palabra naciente, haz eso tú Marsé si tienes huevos, fabricando continuamente un instrumento musical al lenguaje. El músico, el luthier, bien puede permitirse odiar a la música.

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