viernes, 21 de septiembre de 2012

Reflexiones en torno a la genética


Es una frase recurrente la de que "entre chimpancés y humanos hay un 99 % de similitud genética". Traducida no sólo al dialecto de la genética, podríamos decir que desde que hay vida en la Tierra, chimpancés y humanos han compartido un 90 y tantos % de la travesía evolutiva. Y que hace 6 u 8 millones de años cada uno tomó su senda, habiendo vida desde hace 4500 millones de años.

Tal vez la famosa frase sea ella misma una metáfora, sin darnos cuenta, del propio lenguaje-código genético. Sería como concluir que entre un rascacielos A de 1 billón de kilómetros de altura, y uno B de 3 millones menos sólo hay una diferencia cuantitativa de 3. Obviando en todo momento que cada piso nuevo que se construye acumula los enésimos avances arquitectónicos de cada piso anterior, y que entre esos avances los puede haber de estratégicos y sutiles que re-afecten a la estructura del edificio en su totalidad.

De forma que la selección natural hace una criba perfecta y tiralineada con los mínimos cambios posibles, lo hace sobre una base acumulada de "aciertos", y sus mutaciones incorporadas acaban siendo estratégicas o estratégicas.
[Pero la genética nos da un output cuya finalidad no existe, esto es algo que nosotros atribuimos a posteriori. Y el mayor consenso y básico es atribuirle como finalidad la supervivencia. Recordemos que el organismo mejor diseñado en teoría puede no sobrevivir, o tener una lisis prematura. La genética, vista como especie, tira los dados sobre la viabilidad individual. Cualquier individuo, por muy excelentemente diseñado que esté, y por mucho tesón que haya puesto en su educación, puede ver segada su vida en plena eclosión de sus facultades. La genética sólo proseguiría olisqueando si ha tenido descendencia].

Pero volvamos a las similitudes genéticas, que parecen chillar proclamas comunistas. ¿Son tan mínimas las diferencias interespecie y entre humanos? A bote pronto nadie concluiría de tal forma desde la experiencia cotidiana.
Otra conclusión sería que, al chimpancé sólo le basta menos de un 1 % de diferencia cerebral con nosotros, para sobrevivir. O que los insectos, sin utilizar iphones ni pilotar una nave a Marte, pueden ganarnos por goleada en éso de sobrevivir como especie.
Lo que sucede, es que la genética y otras disciplinas, traducidas dentro de una existencia mortal, suelen producir malentendidos y desconsideraciones. Nuestra potencia cognitiva, zénit sin parangón en el universo, es para la historia del mismo, no más que un capítulo suplementario de sus últimas entregas. La naturaleza ahora no es que sea de derechas, es de ultraderecha parece. Pero no, la distinción entre lo humano y lo animal está en la posibilidad de éste de alterar el todo, de manipular la propia genética, incidir cada vez más en el universo. Dentro de una finitud, si alguien aprieta el botón atómico o vírico, o ganan los republicanos 10 veces seguidas, los leones volverían a ser los reyes del orbe.

A pesar de las especies intermedias entre hombre y chimpancé que no han sobrevivido, parece que la evolución estaba preparando a tientas un chasis completo y que los sutiles cambios eran la goma de unas ruedas que lo echaran a andar. Y así, el nivel de sofisticación mortal haya llegado a cumbres estratosféricas, en la encefalización de la naturaleza vía cortex frontal.
Esa mínima diferencia, sí, es capaz de diferenciarnos y alejarnos tanto del "primitivo" chimpancé, pero también nos alarma de lo accesoria que puede llegar a ser la inteligencia en este mismo mundo, una circunstancia más dentro de la lucha por la supervivencia.

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