martes, 24 de septiembre de 2013

Malvenues


Desvelo en Marruecos. Salgo al patio de este Riad, en silencio noctívago, mientras la garganta de la ciudad se ha apagado y ya no ruge. Marrakech hoy, nos ha dado la malvenida. Un país que quiere al turista tanto como lo odia, como una mala suegra. La mafia taxista del aeropuerto te deja a las puertas del laberinto, a menos que pagues el doble. Es una ciudad que sobrevive por los turistas pero donde los bacilan hasta el punto de colocar indicaciones oficiales erróneas. Entonces ya eres presa del laberinto en espiral que son sus callejones y derbs para un foráneo, y es un no parar de informadores turísticos de paisano ofreciéndote su amabilidad y marcaje al hombre para llevarte a una puerta recóndita sin letrero que se supone que es tu Riad, hotel típico de la zona. En nuestro caso, un espigado adolescente que al darle de propina la mitad de lo que nos había costado el taxi, nos ha tirado las monedas como a un pitcher, y nos ha amenazado que en la calle ajustaría las cuentas, todo ello en la puerta del Riad mientras nuestro empanado anfitrión parecía estar conchabado con el asaltacaminos. Luego, se nos ha dado la habitación que casualmente no tenía nada que ver con la descripción de la reserva y además ofrecía una cama de cartón piedra, acojonante, y la sensación al estirarte no distaba de la del mármol. Al explicar que no éramos fakires y que la cama de mármol era muy exótica pero que ni su puta madre, pero una muy muy puta que lo hacía por vicio, no podía dormir allí a menos de quedarse como el Pozí, la respuesta de la encargada de ese Riad verbenero e ilegal fue: os jodéis. Y si os vais, sus pagáis las tres noches, que las camas de mármol son de un mantenimiento bárbaro. 
Así que, lanzados a las calles de nuevo, entre orín y ese olor a cabra del lugar, fuimos cargando nuestras maletas, que no entendían nada y sólo querían irse. Sin hotel, en el siglo veintiuno entras a un cibercafé y rediseñas el viaje en un santiamén. Nueva reserva y nuevo periplo por el laberinto de la Medina. Cuatro horas después, nos instalábamos en esta ciudad, que ahora ha caído y calla, hasta que el próximo muhecín propague sus alaridos por los megáfonos llamando a las filas de la oración.

No hay comentarios: