jueves, 19 de septiembre de 2013

Los drafts escolares


Mi escuela cultivaba a su manera el showtime, el primer día de colegio recordaba un poco a una ceremonia del draft. Acudíamos a una sala de conferencias, donde nos sentábamos morenos y con pantalones cortos, oliendo a colonia y sal a partes iguales. Entonces, el cap d'estudis que presidía la sala, tras dar la bienvenida y estrenar el nuevo curso, empezaba el acto. Procedía a leer uno por uno los alumnos de quinto A, previamente asignados por sorteo; los nombres salían despedidos por su micrófono, con sus dos apellidos, en procesión alfabética, cada aludido se incorporaba, y enfilaba el camino por las escaleras hasta su nueva aula de alquiler. Nadie sabía a qué clase iba a ir, después tocaba quinto B, luego C y D, flotaba la expectación en el ambiente, cada primer día de curso contenía el efecto sorpresa de esta ceremonia oficial. Como hormigas tensionadas y adultas seguíamos al nuevo tutor en procesión hasta nuestra nueva aula de alquiler donde residiríamos un año escolar, en total silencio y sin hacer corrillos, pues era un episodio inagural y todos nos sentíamos protagonistas.

Antes nos habíamos reencontrado tras la migración del verano, en el patio. Veníamos comedidos, desentrenados de escuela y con muda nueva. Saludábamos a los camaradas, más fríos, y en pocas horas la temperatura relacional retornaba al grado de compinches y compañeros granuja. Volvíamos a ser familia. Nos quitábamos al verano de encima, nunca hubo nostalgia de él, en el colegio había mucho business y aventuras que recorrer.

Regresábamos del colegio a una casa extraña, a un apartamento más claro, más dormido, más luminoso, al que pillábamos su olor tras el abandono del verano. Esa sensación duraba apenas una semana, luego el apartamento barcelonés volvía a percibirse en su modo standard de siempre, con la influencia de los habitáculos del verano apagada, su olor habituado ya camuflado. 
Nos subíamos en la ola sensorial del estreno, los flamantes libros nuevos, el petróleo dulce del aironfix al forrarlos, la ropa para la ocasión que nos hacía pudientes, la comodidad de unos zapatos nuevos. 
El sorteo de cada clase te había alejado de alguna amistad de comfort, y había acercado nuevas caras y personajes. La desconfianza y respeto al nuevo profesor poco a poco iba cayendo y se convertía en un nuevo protagonista biográfico, padre vicario durante nueve meses.

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