jueves, 19 de septiembre de 2013

Fin de un solsticio


El capítulo del verano se va clausurando, cierra la carpeta de sus fenómenos. Es un período romo climáticamente, abonado al sol y la calma.
El alma del verano ya se quedó pocha y sólo falta que las lluvias de septiembre la disipen. El gran director de orquesta atmosférico ahora da paso a la bancada de las setas con su varita de frío y humedad, hace callar todo el fruterío recogido del verano, eleva las calabazas, finiquita las moras, en un baile de émbolos climáticos precisos como las ruedas dentadas de un reloj suizo. El clima lo lleva una deidad suiza, y sólo altera su brutal dirección de orquesta la emisión de gases de las alturas, que desbarajustan las estrofas de una música líquida y eterna.

Los campesinos acuden al primer día de curso agrícola con una cartera de semillas y su cargamento de estiércol que perfuma septiembre. Kobe y yo, repetidores, proseguimos el raíl de la literatura que no entiende de vacaciones, pero ahora vuelve a pasar por todos los lugares comunes, después de esa dispersión colectiva llamada verano.
El primer otoño, ese verano en copa. Hay una hemorragia de pintura fucsia en el cielo, despidiendo al día. La masa de espigas, secas y rubias de verano, ya está dormida mientras la luz expira, y parece el vello rubio y parado de un bosque peludo.

Los perros saciados acumulan huesos bajo la tierra como tesoros escondidos por si la hambruna acaece. Creo que nunca se los llegan a comer, salvo si están agonizando de hambre. Hacen más de tesoros que de huesos, cofres que nunca serán abiertos pero mapifican un territorio personal. Son letreros subterráneos de un dominio.

Yo hago lo mismo, y tampoco me doy cuenta como los perros. Leo libros y libros, y en su última página, subterránea, apunto las ideas felices que la lectura catapulta, filones de los que derivar un buen post, vetas por donde ascender una obra. Allí siguen acumuladas y enterradas, en mi cementerio de últimas páginas de libro. Son mis minas olvidadas. Eso sí, a diferencia de los perros en mi caso la estupidez es mucho mayor. Los perros comen tres veces al día en las casas del siglo veintiuno, yo publico cero veces en treinta y seis años entre los siglos veinte y veintiuno.
Espero que comience pues la época recolectora de todos esos apuntes catatónicos marca de la casa.

No hay comentarios: