Traído por las ondas hertzianas, encendías el televisor y aparecía un tal Magic Johnson. Era la versión lograda de un tal Maravilla López que aquí nunca existiría. Después inventamos nuestra propia manera de llamar a los genios del deporte, aquí tendríamos a Javi el del quinto, Xavi, el primer trasplante de metrónomo a una carrera de fútbol, porque todos sabemos que Xavi es biónico antes que humano.
Estados Unidos era eso, un Johnson cualquiera llamado Magic, que debiera venir del espacio para las cosas que hacía. Esa falta de respeto tan maravillosa a la competición, ese romanticismo entre las espinas del estrés, ese color amarillo que ya históricamente asocias a la magia. Un gigante de raza negra vestido de mago. Mejor que todo el resto por unos axiomas románticos y de sonrisas, revolucionario y zambo, con la brutalidad de jugar de base midiendo 2,06. Tal vez la historia del baloncesto explotó en los ochenta como un rito adolescente, pero sólo ellos tienen una flamante obra en Broadway, dedicada al mago y su archirival raza blanca tirador, con aspecto de granjero y nombre de pájaro.
Vimos llegar al primer hombre, americano, a la Luna, y ahora veíamos con la misma superioridad como se colgaban tropecientas medallas en los juegos de los Ángeles, y como en la misma ciudad existía un hombre avanzado a su tiempo doctorando en el showtime. Puede que porqué eran de color muchos, porque todo tenía pinta de extranjero y otro, porque salía de la televisión igual de virtual y ficcional que las series y dibujos, no tomáramos conciencia de la distancia real entre aquel país y nuestro recoveco mohíno con una televisión austera de madera en una sala de estar con aire de establo. Mucho mecanismo de defensa de su imagen tuvo que provocar España en el siglo XX para sostener un orgullo patrio de a pie, ahora expuestos internacionalmente en los ochenta.
Nosotros robábamos noches cerca de las estrellas. En el deporte los equipos virtuosos nos regalan el idealismo de los dibujos animados, nos ofrecen un paisaje de cumbres de lo humano que te hace creer en un horizonte mejor y posible. La competición tiene vasos comunicantes entre ligas y países aunque no lo parezca, así el ejemplo de un equipo de leyenda espolea al resto del planeta, y acaban saliendo aprendices de genios en lugares remotos. Esas inyecciones verdes y angelinas también fueron chutes para varias generaciones en el baloncesto europeo.
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