lunes, 15 de octubre de 2012

La precariedad de las letras


Una niña de 16 años, lleva diez sumergida en el formol de los entrenos, cultivada en agua con cloro, una merluza niña que se corona en la vida con una medalla de oro olímpica. Toca techo a los 16 y nadie le contesta que es la mejor.

Un escritor hace lo mismo en un charco de agua lechosa que encuentra a veces en una calleja. Se tira a esa piscina mínima alejada de ningún foco, tras décadas de entrenos, e intenta coronarse en el panorama literario. Una vez una rata le hizo una crítica con el rabo.

Todas las piscinas de la ciudad están llenas de cuerpos hasta rebosar, y las olímpicas, tienen 8 perfectas calles peinadas con nombre y apellidos. Todos los empleos tienen su nombre, puestos en cajones ordenados, como en un aparato estatal.
En la calle sólo hay pequeños charcos lechosos con ratas, no hay retos, ni carreras, ni combates, ni concursos. La literatura es una toma de té de salón, con entradas numeradas. El aspirante a escritor es un mendigo, un harapiento artesano que sólo sobrevive asaltando al funcionario literario de turno, ocupando a la fuerza un lugar que por un efecto dominó echa del tablero y expulsa de la literatura al desafianzado funcionario esquinado.