viernes, 19 de octubre de 2012

Olor a bosque mojado


Vienen estas cascadas del cielo, estas bañeras, y nos cambian la climatología de cabo a rabo. Disparan la humedad, trastornan la temperatura, mueven como un émbolo la presión atmosférica, y nosotros playmobils de este magno escenario, padecemos y nos cuesta adaptarnos a las nuevas reglas sobrevenidas de la noche a la mañana. Tendrían que ondear más banderas el día antes.

El soma reacciona lo que puede, pero toda esta revolución meteorológica lo que suele provocar es un estado personal muy peculiar, el embotamiento. El entumecimiento de los sentidos, con el interior de la cabeza como inflado, sordo y lento. El tiempo nos puede, gana durante un día, vence. Tendrían que ondear más excusas el día después en el trabajo, la bandera golpista del embotamiento nunca se iza y siempre se impone.
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Ya ha aclarado, hasta Kobe se digna a salir, es homófobo, perdón, hidrófobo. Me encuentro lantanas y demás especies florales de jardín, diseminadas en la pineda junto a los claros. Los domingueros no se conforman con okupar el bosque, lo quieren suyo. Colocan la vegetación a su antojo como señalando su territorio, porque queda mal poner un buzón Señores de Peláez arriba en un tronco. O sea, que han adornado sus claros de bosque marcados con sus flores de jardín de rigor. Busco el felpudo pero no sale.

Todo el mundo sabe que ese trozo es suyo, son 30 años viniendo cada semana, lo tienen arrendado tácitamente hasta su invalidez.
El dominguerismo hoy en día es un chabolismo vacacional, un vestigio de una tradición compartida, que custodia las últimas parcelas que moran los entregados a las tarteras, la petanca y las cartas.

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