viernes, 26 de octubre de 2012

Canópolis


Septiembre fue el mes de los perros. Conviví con un centenar, 101 perros. Y no miento ni exagero. Si cuando te diriges al circuito rally que es la carretera de las costas del Garraf, te arrepientes en el último momento y coges el desvío a la derecha, empiezas a subir una carretera con pendientes muro de un 30 % bien bien.
Parece como una subida motorizada al cielo, porque las rampas penetrando en pleno Parque Natural del Garraf parecen querer llegar a él, entre carcasas de coches caídos, despeñados. No sería de extrañar que el camino ascendiese a un santuario. Y al coronarlo no llega a uno, sino a dos. Aparte del más conocido santuario budista escondido en las alturas, está el santuario Canópolis, la ciudad de los perros. No hay letreros para llegar, sólo cuando veas tres pinos nítidos en lo más alto del cielo, sabrás que has llegado.



Se trata de una perrera para los profanos, para que los que no creen en el perro como objeto de amor, para sus fundadores es tal cual un santuario. Es una perrera sin jaulas, que no atrapa al perro maltratado y abandonado, o lo descuartiza, sino que muy lógica y consecuentemente le da una vida mejor, a la espera de la adopción de un humano.
Es un lugar mágico, que provoca en theos siasmo, entusiasmo con toda su raíz. En tu primera visita, Víctor, un San Bernardo con gafas todo amabilidad, te enseña los rincones de la reserva. Es una gran finca en medio del Parque Natural del Garraf, árida, mediterránea, pedregosa, en cierta pendiente, con todas las especies vegetales en regla con la canción de Serrat.


Entonces te enteras que hay dos "pueblos" de perros, los de Arriba y los de Abajo, y que en en cada pueblo existen manadas, encabezadas por cada cuidador. De repente ves como el cuidador emprende camino, y una quincena de perros se levantan en procesión y forman pelotón como un equipo ciclista. Es como una reserva natural de perros, algo que nunca me había imaginado que existiera, y comprobarlo maravilla.
Me hice voluntario y acudí más de una decena de veces en septiembre. Ves pasar a viejitos chuchos con toda la espalda llena de agujas de acupuntura. Porque en Canópolis la medicina imperante es la alternativa. Les fue bien con una resistente infección de moquillo, y desde entonces no han cambiado de "proveedor" galénico. Me informaron que los horarios y reglas para los voluntarios eran los siguientes: live and let by, más bien ningunos. Y esa anarquía, perruna o idílica como prefiráis, está claro que sólo puede darse en la ciudad de los perros. Existen lugares por suerte donde existen otras leyes.

Discurso de Ronnie, con Bebo mirando a cámara.

Allí intimé con el gran Ricky richiardo, un perro cazador ligón y testarudo; ofrecí mis honores cada día al gran Capitán, un gran perro blanco, paralítico, con cara de pescador sin gorra, el cual pese a su minusvalía ejercía de capitán de todos, con su porte, abuelesco y fortachón; sufrí los arañazos de Bruja, una pesada con una piedra en la boca eterna, para que se la tirases, a riesgo de que te clavara sus uñas, con su cara de espera de turno perpetua; traté con galgos y podencos, confundiéndome, tratando de rehabilitar al miedo hecho criaturas en Tito y Bea; mimé al marginado por el resto Cosmo y a la tetrapléjica Selva, recogiendo las esquirlas del alma que se me iban cayendo; masajeé a la fea Frida, al loco Cooper, a todos, todos los que pude en el centenar que habita el santuario.

El gran Ricky-richiardo.

Octubre fue un mes sin perros, sólo con el hijo, el uno, Kobe. Fue un mes de palabras. Pero Canelo, Bebo, Fritz, Valentín, Zancos, seguirán siendo parte de esa masa viviente donde saldrán palabras del futuro.

 
Respect. Capitán al fondo, junto a Selva (dcha) y Luna (izq).
 
El bizquete y marginado Cosmo.
 
La perra cerda Alice.
Zancos. Lánguido, meláncólico. Lee a Valle.
 

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