sábado, 10 de marzo de 2012

La masa enharinada de la personalidad


Respecto a nuestra conducta, todos de niños tenemos los tuppers con todos los estilos de conducta posibles esperando, ahí estan más llenos o más vacíos como en un buffet de la personalidad, preparados para tirar de ellos u olvidarlos según la orografía del destino.

Dejo Porto, y dejo una cuna de localismo, uno de esos lugares personalizados y tallados, como una aldea acercándose a una ciudad. De niño, podía haber tirado del tupper de localista, arraigarme a una ciudad pequeña, a un barrio, y comprar decenas de billetes de avión menos. A los veintitantos se produce un resembrado de hogares. Un Erasmus, una novia, un venazo viajero, relanza nuestras semillas y a veces enraizan lejos de casa. No fue el caso, y en Barcelona he echado raíces las justas. En cambio, un lugar cheers donde todo el mundo sabe tu nombre, donde el tapujo es un extranjero que no te ha visto crecer, donde el alcalde y el cura fueron a tu clase y los motes son la tarjeta de identidad, en un lugar así el cosmopolitismo es otra mujer atractiva que se deja para otra vida, para no decir adiós al terruño, a lo mismo, a ti.

Hubiese firmado otra vida paralela vencido por una aldea, y dejar esta indecente tendencia cosmopolita, robinsoniana, que no se cansa de visitar todos los rincones del mundo. Me imagino que el viajero empedernido se encuentra buscándose, y su retrato es como una foto movida. Marinero, mutante y paradójico.

Creo recordar, en una memoria-sensación retrospectiva, el niño que fui sin aún definirse y conteniendo una miríada de posibilidades de conducta, antes de modelarme la vida. Una criatura de ingenuidad, blanda, tutelada, soñadora como todas, y prudente - eso venía de serie. Nadie consiguió narcotizar un maremoto de inquietud, y empecé a rascarme con libros donde no se hacía pie, y con ciudades que no eran la mía. Y la sarna con gusto no pica, yendo a parar a una senda no muy transitada.

No hay comentarios: