martes, 13 de mayo de 2014

Retaguardistas


Nos sabemos los más vanguardistas del mundo, pensamos que somos el último grito en la historia, pero nos olvidamos que así se sentían nuestros padres y abuelos con su círculo de amistades, a los que miramos en una foto y nos parecen carcas, obsoletos y desfasados. Nuestro smartphone ya empieza a arder de tiempo como un walkman o como una gramola. La música que oímos se apolillará como un charlestón 2.0 y sonrojará a nuestros nietos. Somos vanguardistas por casualidad, por un efecto mecánico de la historia. La crisis subprime nos ridiculizará junto al show electoraloide y las corruptelas, como en su tiempo lo hicieron la esclavitud o las dictaduras. Porque el ser humano es una criatura moderna no por definición, sino por nacimiento. Hasta nos gusta pintar la historia como una mañana eterna medieval, y en cinco minutos de modernidad renacimos y transfiguramos el mundo. Nos gusta vender modernidad, nos da seguridad y autoestima a nivel de especie. Se nos van cayendo las membranas de los miedos, mudamos la piel piadosa y religiosa, se arrugaron las monarquías y los condes, recuperamos la genitalidad del infierno mental... y hoy twiteamos impunemente sobre todo y no hay nada sagrado bajo el sol. O puede que lo sagrado sea nosotros mismos, o que la libertad sea un canto comercial que nos ata subliminalmente a un smartphone controlado y espíado por una cuenta de resultados.

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