jueves, 29 de mayo de 2014

Cracovia


Nueve de la mañana del domingo en Cracovia, tras doscientos metros me cruzo con la primera monjita. La arquitectura civil de la ciudad también va vestida con sotanas por muchas calles, mansurrona, marrón, discreta. Caserones mudos que optan por la abstención urbana, en una obra color pastel. Edificios practicantes, bonachones y geométricos, que apenas se rizan y no lucen detalles, como llanas paredes con ventanas y ralla al medio.
Cracovia es selvática a su manera. La fronda es una protagonista bordeando la ciudad, las murallas son aquí una arboleda centroeuropea circular, proliferada, ocupando la mirada con su verde rana e igual. Es la emboscada común de Cracovia cada vez que sales de la ciudad vieja. 

Me desmarco de mi anfitrión, Sander Van Klinken, holandés errante, un niño de cuatro décadas que también se dedica a la doma de números en Wall Street. 
Llama mucho la atención como interpretan lo extranjero en el Este. Lo mediterráneo, lo oriental, lo exótico, no sería reconocido al instante por un ciudadano originario de esos lugares. Viendo los restaurantes, tiendas, que aluden esos orígenes, se nota que los propietarios no han estado allí o lo hicieron un fin de semana de refilón. Le añaden una cobertura claramente eslava, un filtro entre centroeuropeo y alpino que no viene a cuento y sólo da una miríada de semi-mediterráneo, semi-oriental, de pseudoexoticismo. Nada impacta más que un mediterráneo desértico para ellos, pero no saben reproducirlo, quizás porque no se lo imaginan. El único exoticismo que no falla es lo japonés, tan nítido de perfiles, zen y sobrio, que se suele reproducir adecuadamente a veces hasta en los woks de polígono españoles.

Como ya he dicho, los religiosos campan libres por las calles como en la canción de Serrat el señor párroco a su misa, una constante atípica en estos dos miles vertiginosos. No se han extinguido tal vez porque la respuesta natural de los polacos en la pobreza entreguerras era la religión, pero esta consolación natural fue reprimida por un comunismo bolchevique y ateo. No se pueden poner puertas al mar en una ciudad con 250 iglesias, y la religión ha rebrotado como cualquier mala hierba se cuela al cemento. 
Este debate social surge fácil en cualquier rutina de un turista por la ciudad. En los restaurantes acabamos hablando de ello con el cocinero, o en los folletos de los tours incluyen un coffee break con debate sociopolítico, tal cual.
El marcador cronológico indica un -15 años respecto de su despegue postdictadura versus el despegue postfranquista en España. Traducido estamos en un 1999 capitalista hispano-polaco. La religión, el debate social, se irán diluyendo a la occidental, con más centros comerciales, grandes hermanos y mayor poder adquisitivo. Lo que yo denomino macdonalización, y que puede diluir religiones, terrorismo o cualquier conciencia social al uso. Lo que no es ni malo ni bueno, es nuestro panem et circenses y nuestra pax romana.

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