sábado, 3 de mayo de 2014

Mis patios


Gamarra hace el saque inicial con un patadón neutral hacia arriba al estilo del baloncesto, Gibert ya va hacia la pelota y se la lleva, regatea a 'Manolo', esquiva a un niño de séptimo, y choca contra uno de tercero de Bup. La pelota le cae a Marín que no se complica la vida y la cuelga al área contraria a cincuenta metros - Guardiola gime - le da en la cabeza al prefecto y el esférico de goma lo controla con el pecho Riba, se prepara para dejarlo en la escuadra y, un planchazo de Soto Ripoll a la altura del hombro devuelve la pelota a Gibert, o al Gíbert, que regatea a Vicenç, o al Vícenç, cruza medio campo y asiste a Chichi Alonso, pura técnica inmóvil, poste bajo. Riba de mientras se enzarza con Soto, si no fue a por la pelota rápido a cogerla con la mano, parar el partido, reivindicar e imponer su penalty, las reglas del patio de colegio son febriles y dicen -jueguen! -jueguen!. Pero la pelea sigue y los de alrededor empiezan a bramar, a chillar, por el mero cachondeo, a lo bruto, y el rumor se extiende y concéntricamente abarca medio patio, que se contagia del salvajismo cachondo y se precipita sobre el foco de la pelea. Entonces, trescientos tíos que ni les va ni les venía se agolpan acompasadamente como una horda en pánico hacia Riba y Soto, en una onda de chillido cavernícola o mamífero, perfectamente sincronizada en círculo hacia adentro. Es una gamberrada espontánea de a trescientos, un erupto de rebelión cómico y bestia. Los profesores desde las balconadas de las galerías, ven el espectáculo troglodita tan bien ejecutado, que Simeó, franco como es él suelta: què fills de la gran puta!
Es un recordatorio que somos bárbaros, que somos libres, que unidos en la masa somos invencibles. El tumulto y griterío dura justo doce segundos de exhibición y después cada cual prosigue sus quehaceres como si nada. Riba llora y Soto escupe mientras habla. Gibert, aprovecha el vacío en la otra punta, y recibe la pared de Alonso, todo técnica, y se prepara para fusilar a Barquet. Pelota rasa junto a la columna que lo bate y ya en la línea es despedida por el Peluco, el cap d'estudis, el Hermano Bernardo, que sale apresurado de su despacho a ver qué tribu subsahariana estaba de guerra bramando en el patio central. Gibert reclama el gol, corre presto hacia el rebote, coge el balón, y se va hacia el centro del campo donde planta la pelota para que saque el contrario. Nadie se mete con el Gíbert. 1-0 y dos minutos para colgar la pelota antes que el timbre del patio fulmine el partido.

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