sábado, 3 de mayo de 2014

Las Olimpiadas de Maristas


Los hermanos maristas, como los religiosos de otras congregaciones, eran rebaños de solteros, que compartían piso, pero como todo soltero, disponían de bolsas de tiempo. Los vínculos y ligaduras familiares de primer grado se sustituían por su relación con dios, y como éste era omnipresente y omnipotente, estaba siempre a mano de un contacto telepático en décimas de segundo. Sus oraciones eran más rápidas que el fax y no tenían coste, con lo cual eran hombres sobrados de tiempo. Eso explica cómo se originaban aquellos acontecimientos extraescolares, a los que sólo les faltaba ser retransmitidos por televisión. Ayudaba ser un colegio con solera y toda la tradición acumulada y transmitida década a década. Sobresalían dos de ellos, las Olimpiadas y el concurso "Més i Millor". La olimpiada era un día del deporte sí, siempre alrededor del 8 de diciembre en Maristas la Inmaculada, aquel día que en su vigilia te ibas a dormir fabulando, fantaseando, elevado y excitado. Estar lesionado ese día era la auténtica tragedia infantil, no se lloraba, no se berreaba, se asumía trágicamente, como una pérdida adulta, y se paseaba un luto maduro por el colegio. Nos despertábamos ese día con fuerzas, divisando que sería un día largo, recordando los highlights del día y las horas asignadas a nuestro curso. El espectáculo del atletismo, la batalla en la piscina de la natación donde siempre saltaban las sorpresas, el reto del baloncesto y el fatricidio entre federados de distintas clases, y la cúspide del fútbol con el patio abarrotado, que a veces justificaba el día pero valía dos puntos como el ajedrez, el balontiro, una de las cuatro pruebas del atletismo, el tiro con cuerda, el ping-pong, los dardos, el salto de altura, el peso... Una veintena de pruebas con sus horarios asignados para los ocho cursos de EGB un día, y para los cuatro cursos de BUP y COU otro. Semanas antes en cada clase, se habían distribuido los participantes de las pruebas durante una asamblea discutida, rellenando los formularios de inscripción correspondientes. Toda la jornada repleta de competiciones y partidos cada diez o veinte minutos, todos presididos por el profesor correspondiente cronometrando o arbitrando, los alumnos que no participaban haciendo de afición, y los ires y venires a una pizarra de ocho por diez, cuadriculada, pulcra y a colores, donde se iban actualizando las puntuaciones con belleza caligráfica. Sin fallos, sin errores, sin retrasos, en una envidia organizativa. Aquel día nuestras vidas fluían y se desbocaban, en puro y sano deporte. Un verdadero festival con 1200 mocosos coordinados, disfrutando al máximo sin conflictos. El éxito de la organización es proporcional al sentimiento, que treinta años después aún despierta el recuerdo de aquel día en nosotros porque colmaba nuestros sueños de niño, que conseguía para muchos, ser el día más feliz de nuestras vidas, pese a derrumbarnos en la cama por la noche como pequeños héroes tocados por la magia. Y por habernos regalado ese día aquel colegio y sus gentes, por haber vivido y paseado aquella excelencia organizativa, detallista, inteligente y estética, sin ser conscientes nos prometimos por dentro ofrecer nosotros esa excelencia un día, nos hicimos nuestra esa calidad para gozarla y para exigirnósla. Que fue tal vez la lección más honda que nos podrían dar en el colegio.

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