viernes, 6 de diciembre de 2013

Soy mera Formulación


La elección de los estudios de Filosofía astillaba todo el estadio del imaginario comunitario. Era una bomba en tribuna, algo transgresor al normal curso de la vida. Jordi Santamaria, el número 1 Atp, se hacía marinero, embarcaba su futuro hacia un continente exótico y precario, del que no todo el mundo volvía.
Todos sus círculos reverberaban el asombro, la incredulidad y el temor de alguien que se hacía a la mar. Nadie había estado en el otro lado, pero se fiaban de la señalética de esta ribera convencional del mundo, que indicaba un destino de disciplina maría, con pocas salidas y escasa maniobrabilidad. Era arriesgarse, complicarse innecesariamente la vida. Rechazar un asiento en primera hacia la estabilidad adulta, por irse con una bicicleta antigua a dar con su futuro.

Algo en mi carácter, me impulsaba a ser único, a deslindarme del resto, y emprender estos demarrajes. Me había acostumbrado a destacar, en cada nueva actividad o campo que afrontaba, apenas conocía la frustración de no sobresalir con mi rendimiento en lo que hacía. No veía límites, en ponerse a estudiar la carrera de Filosofía tampoco, todas aquellas críticas vecinales me quedaban muy lejos, porque mi planteamiento no contenía esas limitaciones. Sus comentarios, eran más bien intuiciones, generalidades, pese a que algunas tenían el olfato brujo de la edad.
Mi personalidad contenía también notas de explosividad. El volcanismo paterno, la tectónica de casa, se había filtrado también en mi forma de ser. Periódicamente tenía mis sismos temperamentales, y ahí en temperamental pon emocional, sentimental, colérico o soñador. Así que la autoconfianza que tenía más la sísmica propia, me hizo demarrar ahí arriba, a los 18 tiernos años de edad, girando en solitario hacia el everest mortal de la filosofía.
Me dirigí a ese mundo por una promesa. La promesa de girar ante el espectáculo del mundo constantemente. Entonces no lo mentaba como un espectáculo artístico/científico, pero como cualquier criatura, siempre iba a ir cegado detrás de la maravilla del arte y del descubrimiento científico. La mayor parte de la población se cohibe ante la ciencia pura, o se limita a disfrutar del arte en forwards o visitas turistoides. Algunos locos emprenden una carrera profesional en estos campos. Yo escogí Filosofía de una forma humana y egoísta, ya que podía escoger, iba a disfrutar como un enano. Pese a que hedonista de veras, lo fui después.

En esa época, era la filosofía la que se desplegaba ante mí a la par que mi cerebro se destaponaba y se descubría a sí mismo, llegando a su plena potencialidad, eran hermanos reencontrándose. La filosofía contenía todo aquel espacio que mi nuevo cerebro podía poblar, alcanzar meteóricamente, y era un goce descubrir la inmensidad del pensamiento humano. Todas aquellas reflexiones de los filósofos de occidente suponían ejercicios alucinantes y apasionantes de la razón para un cerebro a estrenar, y disfrutaba de todos esos descubrimientos profundos que chasquido a chasquido se sucedían. La belleza de las ideas, su hondura desmenuzada, y la radical lucidez con la que calentaban.

Y era todo tan trascendente. He aquí su porquería. Yo venía de mamar religión once años como un alumno responsable y obediente. La filosofía, tanto en mi escuela como en la Historia, suponía la prolongación de esa religión, de una manera racional, valiente y crítica. Las ideas resonaban de importancia, pues apuntaban al Todo, la Esencia, a los Porqués últimos y finales. Uno se creía que estaba haciendo algo importante y significativo de veras. Ahora bien, si resultase para la religión que ese Dios omnipresente no existe, y para la Filosofía que esas Preguntas Últimas se acaban diluyendo y desaparaciendo como un terrón de azúcar en la vida... "no estábamos haciendo más que un gran canto, barroco y neurótico, a la Nada".

Yo y seiscientos estudiantes más, once millones de creyentes y yo. Mi educación había sido una gran trompeta acústica pegada a mi oído, la cual propició al fin que la religión fuese algo importante en mi vida. Para muchos compañeros, lo religioso acabó resbalando, en parte por no ser aplicados, en parte por malditismo, y entraron en territorio laico por vía directa.
Yo fui un niño religioso, con la viga de lo trascendente ya instalada en mi psique. Así que la filosofía fue la alternativa laica, una rebelión mansa y natural de mi cerebro. Me alisté a espadachín de la razón, entusiasmado. La otra gran alternativa era ser médico. Como ser, yo estaba más implicado entonces en aquellas expediciones, literales, a la verdad.
La resonancia trascendente de lo filosófico, con mi única antecedencia teológica, junto a la impresionante intelectualidad que se ponía en juego, fueron los factores para que me apasionara y optase por esa vocación.

Aquello supuso un gran gimnasio intelectual, en concreto para mi capacidad de idear y mi imaginación. Todo fue un error monumental, megalítico como sus disciplinas, pues perseguíamos el Todo en el absurdo. Mi entrega y secuestro en el colegio religioso trajo esa parte de consecuencias, persiguiendo a Dios en el bosque adolescente de lo absurdo. Y me marcó para siempre, perdida esa plaza de tren hacia una ciudad adulta estable. Me confinó a la inestabilidad, a la improvisación perpetua. Mas como un camionero de maquinaria eléctrica, acepto mi camino y no lamento haber nacido otro o en otras coordenadas biográficas, porque eso sí sería erotizarse con el absurdo, y no aceptar las reglas del juego. Me equivoqué radicalmente, pues quien me conoce sabe de mis sismos, y aré la Nada vigorosamente. Ahora, diluida toda esa pasión inútil en la existencia, con una imaginación cachas, soy mera formulación, literatura, una mera forma de decir las cosas singular.

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