martes, 3 de diciembre de 2013

Mañana tintorera


Con este tiempo uno puede morir, perecer, no es aquel pesebre mediterráneo de costumbre, para domingueros y cicloturistas. La temperatura por fin rima en la estrofa de noviembre.

La desaparicion de hostilidad tras la tormenta, el paisaje planchado de agua y esa sensacion de paz, semiótica literal y pura de la naturaleza. Una ducha de cuatro días, bautismo obsesivo, todo está conmocionado de agua, anestesiado, tumefacto y arrugado de ella. Es una mañana tintorera, en una playa berberecha, donde las olas devuelven a mansalva las cáscaras consumidas de esta clase de almejas. 

Hay un tapón de silencio en el bosque. Todo está paralizado mientras continuen las bajas temperaturas. Puestos a inventar, no existe aún el bosque seco mediterráneo calefactado a gas. Sin él, toca acrecentarse lo estepario.

Me paro a tomar una fotografía de la autovía. Han venido a cortarle las greñas vegetales en la mediana y los arcenes, y ahora está con el césped segado y peinado como un niño para la foto escolar de los setenta. Así rapada, luce igual que hace cuarenta años, imagen inmutable que nadie sabría ubicar salvo por la calidad del pixelado. Las autovías se construyeron una vez y ya. Sólo se modernizan si son mortales. La autovía de Castelldefels todos sabemos que es inmortal, pinácea y putañera, y resiste al tiempo y a las generaciones.

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