De entre los montes de mi agenda futura, y más allá de esta llanura ágrafa y relajada, sobresale una vuelta a Oporto como aventura lírica y experiencia íntima. Es decir, que el niño en mí, espera ese par de días como agua de mayo.
Tenemos una capa freática bajo nuestros días, que entiende de deseos y frustraciones, de máximos, aventuras y potencialidades, y que no participa de las rutinas, obligaciones y esperas, de la vida adulta. Ahí se inhibe y no funciona su contador. Traga, aguanta en su subterráneo la sosería de las semanas, y empieza a mover la cola en aras de un plan atractivo para su condición. ¿En qué capítulo habíamos dejado la aventura de vivir? Se reanuda unas páginas, saltándose las comas primero, resbalando párrafos, y al final busca asentar cierta madurez que injerte el frenesí con solución de continuidad en la vida standard de los lunes y los miércoles.
[...] Los escritores montamos artesanamente estas minibiblias, a caballo entre la doctrina y la seducción, la cucharada propia y el atractivo de la especie, que son los artículos. Vendemos castañas, y vendemos alguna palabra olvidada y sabrosa, que paladean luego unos ojos y su orbitar mañanero. Vendemos ideas, y alquilamos esa expresión que tenían muchos en la punta de la lengua y no salía, por un módico precio. Nos pasamos introduciendo mundo el día anterior, y nuestra maquinaria transforma esos libros, periódicos y escenas en estos folios troquelados con firma.
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