sábado, 30 de enero de 2010

Wilkommen

Y pensar que Umbral tenía vértigo para escribir cada día. Quiero decir, que sentía lo vertiginoso cada mañana dentro suyo, por el torrente de ideas que se avalanchaban por salir, notar la cola de palabras notables que se empujaban de las ganas que tenían por plasmarse en escrito. Dichoso ser o estar.

Botón Umbral, ya saben que es botón lírico, de autoyo, de decirse a uno de forma nueva y fresca. Y ese protagonista yoico que es a la vez el instrumento más cercano para glosar, está en unas coordenadas ante todo nevadas. En medio de Europa, cerca de Austria, de Suiza, y de Alemania a la vez, en un fin del mundo de casitas nevadas, bien plano y boscoso a topos. Lugar que en verano es una especie de Toscana temática de la naturaleza, en versión alpina. Una zona desconocida, o no descubierta, he ahí el quid.
Paso por aquí como dije, por temas mercantiles. Una ocupación que se resume ayer en un restaurante estilo cabaña, con esa calidez diseñada que compensa el frío polar de afuera, mirando las gafas de quien va a ser norte y guía en esta singladura empresarial. Un tío que se levanta a las cuatro de la mañana, duerme cuatro o cinco horas, se va correr por campos helados una o dos, mientras prepara ultratones de 100 kilómetros, y clava maratones en 2:30. Luego se encarga de una empresa multinacional bastante a sus espaldas, ya sabes, llevar 300 establecimientos uno solo. Se acababa su filete de reno con la última masticación, un sorbo de vino merlot, y cena terminada. De vez en cuando entreveía yo la faz del hiperactivo. Porque no es el primero que conozco, ni germano, y se me aparecía otro ser en su cara. Esas pistas del inconsciente intelectual tan sepultadas. Más vino, no quiere postre, sólo otra taza de café. Era un tipo teutón, que destilaba eficacia por los poros, sin conceder a la ociosidad o la informalidad nada de terreno. Un tipo normal, con su flexibilidad y sentido del humor conseguido.

Ok, le dije. Me pongo en sus manos. Se levantó, alzó las manos, y yo arrodillado recibí el contrato y la licencia. Después me dijo: - Te he contagiado mi epidemia de hiperactividad?
Y yo le dije, maldito cabrón, sólo he podido dormir dos horas revolviéndome con ideas en la cama, tras tu descarga y ritmo del día anterior.
- Bienvenido a la familia.
Gracias. :)

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