miércoles, 3 de diciembre de 2008

Lo pájaro del hombre

Este vuelo sólo me dará para 2 posts por falta de baterías.
Los humanos no somos sospechosos de parecer muy avinos. Mamíferos, terrestres, primatoides, solemos compartir con los pájaros sólo el hecho de saber esfumarnos rápido de los sitios.

Pero quizás nos parecemos más de lo pensado a ellos, en el acto de hacer nido. Es un fenómeno de la voluntad que aparece en la vida de uno, no muy marcado, más bien sutil, en el que se prefiere ir haciendo nido.
Tras la larga etapa adolescente, y los flirteos con el mundo adulto, uno se cansa de cabalgar la vida, de ir de aquí para allá, de fomentar su personalidad e independencia, de hacer currículums de cursos y vivencias. Uno se gasta en la convivencia hercúlea con el protagonista de su vida, uno mismo; y pese a poder seguir yendo a muchos sitios y seguir haciendo muchas cosas, parece que ese motor de la individualidad rechina y se gripa.

A uno le sale entonces una ligera y quasi involuntaria apetencia (por biológica), de hacer nido. De cambiar de canal casi radicalmente al otro polo. Formar una estructura, con hebras, ramas, en su día a día, que le den estabilidad y morada vital.
Se acabó el dar vueltas, el explorar, el transitar. Ahora se trata de un movimiento mucho más diferente, en el mismo sitio y circularmente.
Hacerse con una casa, sofisticar ese nido para hacerlo lo más hogar posible y apropiarlo. Tener criaturas a semejanza y amparo de uno, eliminando esa independencia hercúlea y viviendo en la otredad, algo nuevo hasta la fecha como proyecto principal y cotidiano.
Y encontrar a una partenaire de nido que no se coma a sus crías ni a uno mismo sobre todo, y que ya puestos a formar todo el pitote del nido, la cosa no explote en poco-medio tiempo y la convivencia sea llevadera, sin estrellitas de comedias de Hollywood, con los te quieros por encima del 60 % de verdad, y con ganas de que en ese nido la gente viva bien con sus pesares y sus alegrías.

1 comentario:

elnaugrafodigital dijo...

Yo espero que no me entre las ganas irrefrenables de nidificar. De momento, he nidificado en un apartamento para uno, tras demasiados años de compartir el nido de uno con gente dispar, pero no del todo cercana al alma de uno, más bien muy distante. La conquista de un espacio propio me parece un hito de mi microhistoria particular que celebro cada día. Y cuando me canso, me mudo por una noche al rincón de la Sardina. Bienvenido a casa.