Hay una inercia en nuestra juventud que es la primera y última de nuestra vida. Durante nuestra infancia y adolescencia adquirimos un movimiento, troquelado y tutelado, hacia rutinas y abatares concretos. Al nacer todos tenemos un circuito abarcable, nuestros padres nos carburan el movimiento, hasta llegado un momento cercano a los oficiales dieciocho en que progresivamente se nos van quitando las dos ruedecitas de apoyo que todo aspirante a adulto lleva consigo.
Pero toda esa forma de circular previa a la independencia motora del adolescente, es una ola influyente que puede llegar hasta edades muy lejanas si no se topa con nada que la impida resbalar más. Es la placidez de quien ha extendido todo el cuerpo de sus hábitos, horarios, filias, recuerdos, actitudes, más allá de los 20 y los 30, como una infancia que sigue viajando por la edad adulta mutándose poco a poco con el nuevo paisaje. Un conservadurismo involuntario y envidiablemente cómodo. La fortuna de a los que nunca se les ha calado el motor, ni han tenido que pilotar curvas y rasantes. Que esto suceda depende de la puta suerte, como mantener inocentemente esa pareja desde los 15 años y no tener que pasar por los juzgados del amor.
Unos cuantos de nosotros quizás no hemos sabido o querido aprovechar ese movimiento gratuito y ganado que nos regalan nuestros años de inconsciencia pautados por otros. Nos hemos parado, hemos mirado atrás y adelante, hemos intentando construir un ingenuo gps en el infinito universo físico y no tan físico... y hasta le hemos puesto una destinación deseada que no ha cesado de ser recalculada.
Hay una forma de moverse que es aprovechando las olas de la vida, sus vientos, sus avenidas más concurridas, el metro directo aunque subterráneo, sabiendo a donde vas a llegar y a qué hora. Pero también se puede ir contracorriente, a rincones inhóspitos, sin grupos ni colegas, con más o menos víveres, perdiéndose y sin saber si vas a llegar.
Es la inercia de nuestra infancia, de cuando no éramos nadie pero tampoco éramos nada. De toda una vida en combustión que tiene que seguir siendo vivida ahora con nombres y respuestas. La vida es administrar el movimiento heredado. Como un relevo que te llega solo, con atleta invisible, y tú te pones a correr sin saber bien qué esperar.
viernes, 15 de agosto de 2008
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