martes, 26 de agosto de 2008
De abuelos y capitales
No sé quien fue el primer Santamaria que llegó a la ciudad. Bueno sí, no se remonta a tanto. No culpo a mis abuelos maternos que no conocí, que un día dejaran un pueblecito de Navarra, Buñuel; ni a mi abuelita que sí llegué a conocer, y mi abuelo paterno, porque acabaran también un día en Barcelona más cerca de lo que ellos creían era la vanguardia de la vida.
Sé que me diréis que la gente no deja su hogar por qué sí, ni lo hace por vanguardismo, si no que llega un momento en que se mira a la ciudad en desarrollo, para bien y para mal, y en tiempos de posguerra como que no está la fe para bollos, viendo a esa ciudad como la meca de las oportunidades. Lo mismo sucede con los inmigrantes actuales que serán los novioas de nuestros nietoas el día de mañana.
Escribiendo me di cuenta de la falta de información de uno mismo que supone no haber conocido a tus abuelos, en directo; es como una parte de la novela de tu vida que falta, y quizás no queda otro consuelo que verlos en los ojos de mis sobrinos y demás herencia nueva. Sin antepasados pero con postpasado.
A lo que íbamos, las generaciones de una familia parecen un latir concéntrico entre la ciudad y su afuera. Apuestas por el centro o la periferia según el paisaje del tiempo, ya sea oportunidad de trabajo, ya sea calidad de vida, ya sea capricho o pensamiento en los hijos.
Yo tengo claro que no quiero vivir en la ciudad, aunque sea la mejor de Europa o una de las mejores del mundo. La puerta abierta de las casas en los pueblos, el salir descalzo a la calle, la naturaleza pegando a tu ventana, la falta de plataneros y farolas; es todo un maltrago que evitas al corazón de un niño, el mío o otros más pequeños, si los sacas de la ciudad.
Una ciudad no es más que un poblado antinatural, una meta del progreso, donde nos apilotonamos en orden, en esta colmena de la vida con móviles donde nos ha tocado vivir; es un producto de lo fabril, donde nos pervertimos, aislamos y desnaturalizamos. Todo ello rodeado de la mayor modernidad posible, con luces, colores, diseño y muchas imágenes.
Que volvamos a los pueblos será una reconquista a la modernidad y a la esencia mediterránea o sureña que tan poco les cuesta construir en vertical y apilotonarse. Los países desarrollados esos del geiperman 8 nos adelantaron en barriadas y barriadas residenciales con centros de ciudad asimétricos y hasta vacíos. En Costa Rica mismo, el camino aún es más largo, pues mis abuelos son coetáneos y reales en las mentes de los ticos, habiendo una apuesta hacia el centro muy totalitaria.
Por mi parte, espero que internet llegue con potencia a los pueblos para hacer la mudanza, probablemente definitiva e irreversible. Han sido 30 años en calles de 4 a 6 carriles, con visitas furtivas a parques para recordar como era el mundo allá fuera, amagos de naturalismo en unas playas desnaturalizadas de la capital, miles de veces metiéndome bajo el suelo para viajar, llegando a un centro geográfico comercializado y turistoso. Ahora toca pudrirse en un pueblo, aunque lo de pudrirme depende de mí, y de mis circunstancias, claro.
No sé porque en China rinden tanto culto a los antepasados. Ellos que viven diferente a nosotros quizás respetan el valor de la sangre oculta. Todo aquello que nos precede, desconocido, que vaga oculto en los factores de uno. Es quizás necesario conocer a los abuelos y tatarabuelos ignorados, porque en ellos residen muchas respuestas a nosotros mismos. Quizás hasta en el fondo lo hagan por eso, muy científicos no les veo.
Pero sé que mis abuelos estarían contentos de que yo y mis hermanos estemos saliendo de la ciudad y regresemos a una esencia de antaño.
Ah por cierto, creo en ti.
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