domingo, 15 de abril de 2012

Madrid, 1987


David Trueba ha sacado a la calle nuevo trabajo. En una esquina del centro vende bicicletas y figuras hechas de alambre, y también acompaña el género con patatas y pimientos morrones del pueblo.
“Madrid coma 1987” es su nueva económica película. Vayamos al grano...: Trata de como un viejo de sesenta años persevera en fornicar con una bella joven de veinte, durante 24 intensas horas solos en un piso. Como el anciano fuerza y vuelve a forzar la situación, consiguiendo que follen sí los dos juntos a media película, y que este acoso no pueda ser tachado de pervertido, más bien de elegancia y raciocinio.

Esta pirueta extrema, la realiza D.T. usando un sujeto protagonista escritor, articulista de primera, que firma cada día en periódico nacional, en 1987, que bien podría ser una realidad paralela y de la talla de un Umbral. La chica, una estudiante que admira y bebe de la intelectualidad del personaje interpretado por José Sacristán. Ella quiere de él una charla, una entrevista, y él quiere echarle un meridiano polvo y vampirizarle juventud. Ella acude a él abierta de par en par de mente, deseando que él inocule ese elixir de talento y sabiduría que desprenden sus columnas. Él quiere follársela, pero es como un vehículo en servicios de salido que siempre lleva los visores del sentido común de fábrica. Y tiene un sarcasmo tan invasor de sí mismo, que no le permite contemplar más de un segundo la ida cabal y decente de la vida. Sabe de sobras que en la odisea al polvo, puede llegar a admirarla, escucharla o adoptarla, pero estos sentimientos complejos ya le dan mucha pereza estando de vuelta de todo. Y de nada.

Es un baile imbricado entre el talento, la experiencia y la sabiduría tañida por el anciano, y la eficacia casi perfecta del joven cuerpo atractivo de una mujer potente. Él la desea con la saliva de desear imperiosamente un cuerpo, unas tetas, un simpático coño. Ella desea algo etéreo y casi incorpóreo como sus ideas, esa máquina de vapor que bombea y produce efluvios que tanta satisfacción le producen a ella al leerlos, y son de él. Trueba nos deja un pinta y colorea, ya que las repugnancias recíprocas parecen gravitar explícitas sólo en un hemisferio de la historia. La frontera de todo parece pasar continuamente por ese cuerpo ajado, senil, colgandero, feote y blanquecino, de José Sacristán. Pero el ocurrírsele ella como un coño en flor, y poco más, se debe a un depósito previo de repugnancia, hacia ella y hacia muchas cosas. El talentoso, clarividente, repugna al común de los mortales y sus circunstancias; el aristócrata intelectual, poderoso en su columna escrita que sustenta una gran alcoba del país, para qué puede imaginar que una niñata admiradora más estudiante de periodismo le puede incluso llegar a aportar, algo. Quiere su kleenex cuerpo delicioso de María Valverde, y es tan cínico de verbalizarlo, sostener su defensa, reproponerlo reiteradamente, sin nunca dejar la decencia abandonada más de tres metros en una esquina.

El primer tercio de la película es maravilloso, pero me pareció una lástima hacer que se quedaran encerrados en un baño de un edificio sin vecinos durante casi un día. Porque creo que no hacía falta para seguir plasmando esa tensión entre deseos sexuales y etéreos, el escritor podía haber conseguido el maravilloso fornicio, también sin encierro.
Ahora pónle diálogos a esta dinámica, y tienes la buena película de Trueba, con un presupuesto acorde a los tiempos que corren. La película también obedece a una criatura, el centauro protagonista que resulta de la encarnación de Sacristán de la cabeza de David Trueba. El segundo es capaz de construir un umbralito o ruanito, como ya nos tiene acostumbrados en su taller de personajes genialoides. El actor es capaz de interpretar a un intelectual como la copa de un pino sin serlo, por lo que buen actor lo es un rato; y para mí lo más difícil no es soltar esas frases genialoides pensadas por Trueba David (- Me dices Profesores de periodismo, profesores? Pero, es que a los perros les enseñan a ser perros?), lo realmente difícil son todos esos momentos intermedios y acompañantes de la intelectualidad, las pausas, entonaciones, los deslices, el lenguaje no verbal, que en José Sacristán-Intelectual genialoide salido, da cero coma diez ceros uno tres dos no naturalidad.
En “Bienvenido a casa” un mal casting se cargó la película de Trueba; en “Madrid, 1987” un buen casting hace que un presupuesto precario dé un producto mejor.

En el transcurso de la película, todos nos montamos en el vertiginoso vagón pendiente arriba del escritor raído que intenta vampirizar con fervor la vida, en un baño alicatado de verde pálido de los 70. Nos proyectamos en el momentum de la vejez, cuando un mandamiento divino parece forzar a renunciarnos, a renunciar a todo lo fresco que hemos sido, a subsumirnos en un apartado postrero lleno de papillas, pieles colgantes y ganchillo. El desespero ante la flacidez y oscuridad de la vida.
Ella es el fruto, el alimento que poseyéndolo puede otorgar un revivir a la carne dormida de un yo del pasado. Y le va la vida en ello, en una conducta rayana en la perversión, en una salidez tosca y desagradable a primeras, con la polla en la lengua por si aún queda una última barra.
El circuito común de tolerancia de la joven no tiene esas tragaderas hasta bien retratado el choque, la colisión entre un cerebro artístico privilegiado con piel de cipote, y un soma femenino en plenitud y estrellato con dos glándulas mamarias, una vagina con vello rizado, y una piel magnética y última, asistiendo a una lección inigualable sentada en un váter de un baño alicatado de verde pálido de los 70. Follársela le va la vida, y en el esfuerzo despliega toda su potencia, habilidad y versatilidad intelectual en pleno apogeo. Ésa es la única cuerda que ella no rechaza para seguir participando de la interacción.

En el fondo del fondo, la grandeza y la estupidez de la vida. La obra maestra y su suciedad concomitante, el talento y todo lo que no es talento, la belleza y el asco de una mujer cagando enfrente, la admiración por la inteligencia y la guarra nariz donde reposan sus gafas.

Y sí, él la penetra sentados en la pared exterior de la bañera, con las piernas de ella tensándose al máximo contra la pared, y las piernas de él como en un pupitre aguantando toda esa carne que magrea, sublima y vampiriza. Y copulan. Y se corre ella primero en un jadeo femenino, al que le sigue un orgasmo soplado y eyaculatorio de él.

Y ves una historia que no ves cada día, y te la desloman, te la despiezan, te expatrian de una cotidianeidad soez, crítica, facilona y hueca, y vampirizas. Vampirizas otra vez a Trueba David, pagas los 6 € del cine, o los 12 € del libro, y él te da ese depósito ensanchatorio de la vida, te hace ver que es posible unir a un anciano y un pibón sin transacción monetaria de por medio, se te destapan las narices, se te ensanchan las miras, te repinta las resignaciones, y sales a la calle con cierta seguridad que la magia es posible, que al girar de una esquina los acontecimientos pueden ser muy diferentes a lo que la ley de la inercia y la rutina apisonan.

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