domingo, 12 de octubre de 2008

Novela pág. 3?

Lo que Nacho iba a confesar a Marta esa mañana entre bambalinas íntimas, era su determinación a cambiarse el sexo o irse a vivir a un país con guerra o decirle si quería volver con él. Nacho era un artefacto a punto de explotar en cualquier cocina de un barrio cualquiera. Pero las probabilidades de hacerlo en la de Marta eran claramente superiores. Al entrar en la cocina, Marta ponía la cafetera en el fuego de espaldas a él.

Se dirigió hacia Marta como quien aborda un barco lleno de billetes con sueños. Marta lo esquivó en un impulso intelectual que simplemente los volvió a encarar, esta vez girados. Habían bailado, como un puño violento arrepentido que se desvanece y baila por accidente un instante en el aire.
Tensión y palabras en el pecho... milésimas de silencio expandiéndose... y un escaneo urgente de la mirada del otro... - Fein.
Nacho sabe que ha dicho fein, y esa palabra se mete en un cajón de su mente y se cierra a la misma velocidad que incrementa el escaneo a la mirada de ella. Fein es nerviosismo, vacilación, error, desbarajuste, pérdida en la ciudad.
Sabe entonces que es una cuestión de tono, que da igual lo que finalmente le vaya a decir, lo que planificara en un mes en relación a Marta, las decenas de libros que leyera sobre psicología femenina o filosofía de la ciencia; era una pura cuestión de tono dominar ese momento, ser amo de la situación. Era una solución de brusquedad que había aparecido fortuita y que no iba a permitirse desaprovechar.

Se abalanzó sobre ella e iba a besarla objetivamente la boca, en un entregado beso con lengua introductor. Como mandan los guiones mentales que seguimos todos en el sexo, apuntadores de una estructura suficiente, en esa conducta ocasional tan diferente de forma, al resto de las conductas humanas que es el sexo.
Pero no, no podía arriesgarse con gramos de convencionalidad, tenía que mantener el tono silvestre, salvaje, nuevo entre lo usado. Había surgido una chispa de novedad entre la nada y era cuestión de usarla, disfrutarla, consumirla.
Antes de tocarle los labios tenían que tocarse las lenguas, y lamerse, sólo un exceso de lascivia era acorde con el momento. Eso, y una brutalidad de cariño siguiente, una sucesión de baños en frío y calor, una montaña rusa sexo-emocional.
Porque ella había dicho fein, Nacho quería eternizar el lapsus, y que nunca encontrara la calle que siempre le alejaba de su morada, quería a Marta perdida toda la vida, porque cuando se perdía era suya. Y no se iba.

No paraba de mirarla con los ojos más compasivos de los humanos. Sólo chillaba que la necesitaba con los ojos. Con su cuerpo era un ingenio sexual y el mejor provocador con sus palabras. Ella no tenía otro remedio que dejarse llevar y aprovechar la ocasión. Él vio la luz en el túnel, estaba poseído e inspirado, rozaba la excelencia, y la poseía literalmente a ella. En una coreografía carnal sobresaliente, los cuerpos cuadraban, los lametazos inflamaban, el sexo parecía llegar a lo perfecto y cuando se daban cuenta se miraban a los ojos con un cariño posesivo que fundía lo carnal, olvidaba lo lascivo unos segundos, en una bondad anti-excesos para volver a emerger irrefrenablamente, en un limbo cíclico de sexo perfecto y algo que parecía chorrear y chorrear amor.

Nacho esa tarde acabó cogiendo un avión a un país con niveles de pobreza suficientes para ir a juego con la tragedia, compró unos libros en el aeropuerto, y llamó a sus padres para decirles que estaría fuera indefinidamente.
Se envío un sms a su móvil del trabajo que contaba: "Dejarse llevar no es algo malo ni idiota con desconocidos. Hacerlo con muy conocidos es una estupidez supina muy lamentable. Empieza a desconfíar de tus padres a partir de ahora".

1 comentario:

elnaugrafodigital dijo...

Menos novelas que son para los libros y más posts, que son pa' los blogs!! ; )